GIBRALTAR

     Actualmente, solo una hora me separa de Gibraltar. Antes, la visita a La Roca podía llevar un día completo, y además merecía la pena. Cargabas el coche de gasolina, sustancialmente mas barata, y comprabas un sinfín de cosas que, o no encontrabas en España, o eran mucho mas caras. De modo que llenabas el coche de quesos, azúcar, caramelos, tabaco, bebidas alcohólicas, chocolatinas y ropa interior de buen punto inglés. Pero ahora casi no merece la pena si nos es por la cosa turística y que, con las nuevas autovias, estas allí en un plis-plas.

     Y es curioso como nada mas entrar por la aduana te envuelve un regustillo inglés inconfundible. Los autobuses, los carteles, hasta la propia gente paseando por su calle principal, repleta de negocios regentados por hindúes o judíos, pierden toda identidad latina.

     La atracción por excelencia no es mas que subir a las cimas del propio peñón desde donde se tienen unas vistas magnificas del estrecho y de toda la zona. Entonces te das cuenta de la importancia estratégica que alguna vez pudo tener este afilado risco de piedra. De un lado, la ciudad, en terrenos ganados al mar en gran parte y de otro lado, el océano repleto de grandes barcos esperando su turno para pasar al Mediterráneo.

      Una mención especial tienen los monos que se han convertido en otra atracción. Andan salvajemente por donde quieren pero supongo que se guardan mucho de bajar fuera del arbolado. Además, de un tiempo a esta parte abundan los incidentes con los visitantes en forma de ataques a cualquiera que lleve bolsas de plástico en busca de comida, a pesar de los avisos de los encargados del funicular.