MACHU PICHU

 

     Salimos de Ollantaytambo cerca de las 8 de la mañana en el tren llamado Vistadome de la empresa Perurail. El tren panorámico, durante todo el trayecto corre paralelo al río Vilcanota (Urubamba) dejando imágenes muy vistosas. El compartimiento se divide en secciones de 4 asientos con una mesa plegable en medio. El tren tiene grandes ventanales en los lados y otros mas pequeños llegando al techo para ofrecer una vista panorámica del paisaje pero como a mitad del recorrido el cielo se fue nublando cada vez mas hasta que aparecieron algunas gotas de lluvia.

     A medio camino nos ofrecieron café y un trozo de bizcocho empaquetado.

 

     Cuando llegamos a Aguascalientes una fina llovizna caía a ratos. En Cuzco habíamos preguntado a todo aquel que ya hubiera pasado por Machu Pichu y todos afirmaban que hacia una semana que no llovía. Por eso habíamos dejado los impermeables y los paraguas en el hotel con la maleta esperando recogerlos a la vuelta.

     Con ese panorama, después de conocer a nuestro guía y las oportunas presentaciones, montamos en el autobús que nos llevaría a las ruinas de las alturas. En la misma parada compramos un par de ponchos de plástico por si la cosa se ponía muy difícil.

 

     La entrada al recinto estaba abarrotada. Desde hacía poco, para sangrar un poco mas al personal exprimiendo el chollo, se habían establecido dos turnos de entrada, sin abaratar el coste, claro. El primero desde las 6:30 a las 12 y el segundo de 12 a 5:30 de la tarde, sin embargo viendo la cantidad de gente que se agolpaba en la entrada, abrieron las puertas a las 11:30.

     Lo primero era subir a la caseta del guardián dejando atrás la primera entrada que se dirige a la zona del pueblo.

     Cuando llegamos el panorama no era muy halagüeño, la bruma envolvía el recinto y de vez en cuando la lluvia se dejaba sentir. Las ruinas mas cercanas se vislumbraban pero el entorno de las montañas y el mismo Wayna Pichu estaba plagado de nubes. Maribel, mi mujer, se quería morir. Años esperando este momento, para verlo entre tinieblas. Para nosotros, la primera mirada de las ruinas, la imagen ideal, era indispensable, similar a la primera vista del Taj Mahal o Abu Symbel, algo que se queda en la retina para siempre.

 

      Con muy poquitas ganas y el ánimo por los suelos comenzamos a recorrer y fotografiar las ruinas desde la zona de la caseta del guardián. En esta parte no hay ningún problema en hacer la fotografía soñada. Desde la caseta y aun mas arriba de ella hay sitio de sobra para plasmar las ruinas sin interferencias pero incluso hacia la izquierda los primeros andenes agrícolas ofrecen una perspectiva casi idéntica y conforme se va bajando al recinto pueden sacarse imágenes con mínimas diferencias.

 

     Continuamos adentrándonos en la zona urbana con bastante desaliento. No voy a dar demasiados datos de las distintas secciones que visitamos porque no estábamos demasiado atentos al guía aunque el pobre se esforzaba en levantarnos la moral.

 

     De vez en cuando ya echaba la vista y la cámara atrás para ver desde abajo la entrada con la montaña Machu Pichu a la espalda toda envuelta en niebla.

 

     Los visitantes, aunque sean muchos, se desperdigan por la zona urbana permitiendo imágenes sin demasiados turistas.

 

     En poco tiempo llagamos a la zona final, el recinto de la roca sagrada desde donde se inicia el camino a Wayna Pichu que tomaríamos al día siguiente.

 

     después de algunas explicaciones más, volvimos de nuevo a la entrada porque ya era hora de comer y teníamos reserva en el único restaurante del complejo situado en el Hotel Belmond Sanctuary Lodge, justo a la entrada.

 

     La comida es tipo buffet con platos muy ricos y con bonitas presentaciones. A la altura de los postres nuestras caras esbozaron una sonrisa al ver los primeros rayos de sol filtrarse por los ventanales del restaurante. Las nubes, al fin, se habían disipado y las ruinas se mostraban en todo su esplendor. Con el ultimo bocado aun en nuestras gargantas subimos de nuevo al recinto para recorrer los mismos caminos esta vez con otro talante. Ahora sí Machu Pichu lucía sus mejores galas. Quizás las imágenes no parezcan distintas pero les aseguro que, vistas allí, las diferencias eran notables.

 

     No llegamos hasta el final esta vez. A mitad de camino cambiamos de rumbo para salir recorriendo un sendero entre los andenes que bordeaba la zona urbana y volvía a la salida.

 

     Llegamos al pueblo poco mas de las 5 de la tarde. Hicimos algunas fotos en la entrada y algunos sitios curiosos y fuimos al hotel a descansar y darnos una merecida ducha.

     Aguascalientes ha crecido al abrigo de Machu Pichu hasta desarrollar una infraestructura turística y hotelera importante. En su plaza central y las calles aledañas en cuesta, se amontonan una serie de restaurantes, hoteles y establecimientos  con todo tipo de souvenir, baratijas, camisetas y artículos de senderismo y montaña. Las noches son un ir y venir de turistas descansando del agotador día, junto a otros esperando el asalto a la montaña el día siguiente. Nosotros estábamos en lo uno y lo otro, pues aun tendríamos una nueva entrada a las ruinas con el ascenso a Wayna Pichu incluido.

 

     El centro de la plaza esta ocupado por un gran monumento a Pachacutec muy vistoso, como también no deja de tener importancia la iglesia de la Virgen del Carmen aunque muy austera por dentro.

 

     después de tomar alguna copa en la terraza de un bar, cenamos en "El indio Feliz" un establecimiento con buenas criticas situado en una pequeña calle junto a una de las cuestas peatonales principales de la ciudad. El restaurante, empapelado de fotos, billetes y reseñas de todo el mundo, con platos internacionales y abundantes, algo caros, como todo cuanto mas cerca estás de Machu Pichu.

 

     Había que madrugar para la segunda entrada a las ruinas pero por mucha prisa que nos dimos no llegamos a la puerta de ingreso hasta las 8 de la mañana.

     Primero, como no, subir a la caseta de los guardianes. El día esta vez estaba limpio de nubes y no presagiaba ni un mínimo de lluvia. El recinto permanecía en sombras porque el sol aun no había hecho su aparición y las imágenes se tornaban distintas al día anterior. Merecía la pena repetir las mismas fotografías con la luz mañanera.

 

     Recorrimos los mismos caminos, esta vez sin prisas y fijándonos en los detalles mínimos, la colocación de las piedras, la escasa vegetación, los animales.

 

     Y en poco tiempo llegamos a la puerta de entrada de la subida al Wayna Pichu. En la puerta debes registrarte con tu nombre, tu firma y la hora de entrada. Deben ser bastante estrictos porque cuando entramos nosotros un par de turistas querían subir sin reserva y no pudieron hacerlo ya que no los volvimos a ver en el camino de subida o bajada.

     Aun no eran las 11 cuando empezamos la aventura. Al principio todo es bajada para superar la vaguada que existe entre la zona de las ruinas y la montaña Wayna Pichu pero pronto se comienza a subir permanentemente.

 

     La subida es muy dura. Para alguien en buena forma atlética puede parecerle un paseito pero nosotros, al menos yo, muy pasado de peso y en una forma lamentable. con las primeras escaleras resoplaba como un buey camino del matadero.

     En la mayoría de los tramos hay una cuerda o una barra metálica bien afianzada a la roca que te ayuda en la subida, eso y la inestimable compañía del bastón de montaña en la otra mano hacen mas llevadera la travesía.

 

     De vez en cuando volvía la vista atrás en los distintos descansillos que aparecían con los cambios de dirección. Hacer alguna foto del tramo subido o de las ruinas del fondo no eran mas que una excusa para recuperar el resuello. Las nubes habían aparecido de nuevo como el día anterior y cada vez se veía menos el camino subido. Las ruinas, allá abajo, casi habían desaparecido en la niebla.

 

     Y por fin, después de 50 minutos de ascensión llegamos a la cima, justo cuando comenzaban a caer algunas gotas. Incluso el clima se alió contra nosotros.

     Sin embargo, habíamos vencido a la montaña, lo que, durante todo el viaje, creíamos incapaces de realizar, lo conseguimos.

 

     después de unos 15 minutos de descanso entre las nubes recuperamos fuerzas suficientes para comenzar la bajada que tampoco se hace fácil cuando una fina llovizna te acompaña y te tiemblan las piernas cuando avanzas entre los desiguales escalones.

 

     Lo demás ya es historia, llegar a la puerta, volver a firmar casi 2 horas después y recorrer los mismos senderos centenarios hasta la entrada. Pillar el primer autobús hasta el pueblo y sentarnos en el primer bar disponible con una buena cerveza bien ganada.

 

     Volvimos a Ollantaytambo en el tren de las 4.30. Un taxista nos estaba esperando para llevarnos hasta Cuzco donde llegamos bastante tarde.