PARACAS
     Salimos temprano de Lima en dirección a Paracas. Me llamó la atención la gran cantidad de edificaciones con el ladrillo visto que se encontraban a la salida de la capital, luego comprobaríamos que eso es cosa común en la periferia de todas las ciudades grandes de Perú, barrios enteros con casas a medio construir ofreciendo un espectáculo cuanto menos curioso. Según los distintos guías la explicación es que la mayoría de las casas están construidas por la misma familia o por albañiles locales contratados con dinero suficiente para construir la casa pero no para su embellecimiento. Por carecer de suficiente dinero los edificios se construyen con el ladrillo visto, sin cementar la fachada y a veces con las vigas de sustentación vistas sobresaliendo por la parte alta en previsión de construir una segunda planta mas adelante. Las casas tienen el aspecto de no estar terminadas ni habitadas pero son completamente funcionales.

     Existe una segunda explicación que es el ahorrarse un impuesto municipal llamado "de terminación de obra" pero eso no pude comprobarlo.

     El recorrido hasta llegar a Paracas e incluso mas allá es casi desértico, todo lleno de dunas o terraplenes con algunos pequeños polvorientos pueblos al borde del mar. No en vano Paracas en Quechua significa "lluvia de arena".

     Con ese desolado paisaje llegamos a la estación de autobuses de Paracas donde nos esperaba un minibús que nos llevaría al Hotel San Agustín.

 

     Una hora después salimos para la reserva nacional de Paracas.

     Comenzamos con un acercamiento general a la zona. Grandes espacios arenosos junto al mar con un suelo repleto de conchas petrificadas de moluscos y barrido por vientos en todas direcciones. Estaba atravesado por una única carretera compuesta de sal oscurecida por restos de neumáticos. Después visitamos algunos miradores al pacifico desde donde se divisan varias de las atracciones de la zona, los acantilados, la catedral o la playa roja.

 

     De la catedral solo queda una gran roca piramidal aislada del acantilado del que antes estaba unido por un puente de piedra. Un terremoto en el 2007 derrumbó la estructura de este patrimonio nacional y uno de los referentes turísticos del Perú. También es curioso observar (hay un panel explicativo) como una gran roca que una vez estuvo junto a la catedral, fue desplazada varios metros, mar adentro, por el tsunami producido por el terremoto. Las imágenes lo atestiguan.

 

     La playa roja, vista desde el mirador donde se puede apreciar el cortado producido por la erosión marina.

 

     Almorzamos en una pequeña bahía de pescadores que encierra una playa para los lugareños y un par de restaurantes. Pedimos un ceviche de corvina y un par de brochetas marineras acompañadas de cerveza, café y pisco sour de postre.

     Los pelícanos campan a sus anchas por la zona, estos enormes pajarracos se acercaban a las mesas buscando comida fácil.

 

     Ya de vuelta camino al hotel el guía nos regaló una visita al museo de Julio Tello. Una pequeña muestra de cerámica, utensilios y tejidos de la cultura paraca desde sus inicios hasta el siglo 3º. También alberga algunos cráneos deformados y algunas muestras de los enterramientos rituales de la época.

 

     La tarde la pasamos recorriendo los alrededores del hotel y degustando un pisco sour junto a la piscina. Ya entrada la noche nos acercamos al paseo marítimo que empezaba justo al lado del hotel. La zona esta plagada de restaurantes pero en esta época (invierno peruano) estaban todos vacíos. Cenamos pulpo y pescado frito en el que parecía mas aparente y entablamos amistad con una pareja de malagueños que también visitaban la zona por libre, en días posteriores coincidimos de nuevo en Nazca y Arequipa.

     En esta parte del paseo, junto al embarcadero, también abundaban los pelícanos de vivos colores, y allí cayó la primera Cuzqueña negra, la primera de muchas que nos acompañarían en el viaje.

 

     La mañana siguiente partimos temprano para las Islas Ballestas.

     Abordamos un deslizador con capacidad para 30 o 40 turistas y empezamos la visita enfundados en chalecos salvavidas junto al margen izquierdo de la bahía, pasando por la zona franca portuaria junto al hábitat de los pelícanos donde tomaban el sol cientos de ellos.

 

     Un poco mas allá se encuentra el candelabro, un geoglifo famoso de 180 metros en la ladera de una gran duna de arena que permanece inalterable 2500 años. Su creación tiene diferentes versiones, desde señal indicativa de ubicación de tesoros piratas hasta que servia de orientación para los antiguos navegantes pasando por diversos orígenes extraterrestres. Lo cierto es que, al igual que las líneas de Nazca su origen sigue siendo un misterio.

 

     Aumentamos velocidad para llegar a la reserva de las Islas Ballestas que se atisbaban en la lejanía.

     Estas islas son el hogar de miles de aves marinas incluido el pingüino de Humboldt en peligro de extinción (tanto que yo no vi ninguno). También incluye algunas colonias de lobos marinos.

     A pesar de estar administradas por el Servicio Nacional de Áreas Naturales, aun se utilizan industrialmente para recoger el guano (la caca) producida por las aves para fabricar abono.

 

     La estructura de uno de los puentes recuerda a la cabeza de un cristo mirando al agua, es otra curiosidad del lugar.

 

     Los mamíferos posaban dormitando al sol. Poco antes habíamos pasado por una pequeña cala de arena donde, en primavera, se producían la mayoría de los nacimientos.

 

     Con esta acuática aventura dábamos punto final a la zona de Paracas. Esa misma mañana partiríamos hacia Nazca donde llegaríamos tras 4 horas de travesía por el desértico paisaje. A continuación muestro un pequeño video con algunas imágenes de estos parajes.