PUNO
     Muy temprano montamos en el barco que nos llevaría a las excursiones programadas para este día. La mañana estaba radiante y calurosa a pesar de la estación y la altura.

 

     La isla artificial de los Uros se encontraba muy cerca. Antes de eso navegamos por un canal atravesando un mar de juncos a uno y otro lado. Se trata de totora, una planta enraizada fuertemente en el fondo del borde del lago que puede medir varios metros hasta la superficie, es el material con el que fabrican las islas flotantes que se esparcen en la bahía. Mas de veinte islas y todas habitadas por el ancestral pueblo de los Uros. Los habitantes del agua.

 

     Desembarcamos en la isla de la comunidad Suma Tika y ya nos estaban esperando sus habitantes con cánticos y carteles explicativos. La sensación de flotar al pisar el suelo de la isla es muy curiosa. Los pies se hunden en el pasto seco como si se tratara de un piso de goma. Los paisanos llevaban llamativos trajes multicolores pero costaba trabajo creer que esa gente pudiera vivir allí. Todo era como muy artificial, como muy preparado para la ocasión.

     Había varias viviendas pequeñas rodeando una zona central donde nos sentamos a escuchar las peculiaridades de la construcción de la isla, sus cultivos y sus capturas de aves y peces. Todo allí está hecho de totora, sus casas, cocinas y barcos, que tienen que renovar a menudo cuando el material pierde sus propiedades.

 

     Enseguida comenzaron a sacar manteles, servilletas y trajes para su venta a unos precios prohibitivos. Nosotros, sin la menor gana de comprar nos refugiamos en un bar situado también en la isla donde tomamos café y tortas con frutos secos, ricas y caras.

      Mientras Maribel y algunos mas embarcaron en una original barcaza de junco yo me quede unos minutos mas en la isla saludando a los niños y a una familia de pajarracos hambrientos que pululaban junto a una de las casas.

 

     Volvimos al barco original y continuamos hasta Taquile. Llegamos después de casi dos horas de navegación entrando por la parte este de la isla. Un embarcadero desde donde partía una rampa interminable hasta el pueblo.

 

     Entre la falta de oxigeno y nuestra baja forma la subida se hace insufrible. Tardamos como media hora en llegar a la plaza del pueblo y la encontramos desierta, Al parecer ese día se celebraba mercado en otra isla y en la nuestra no había quedado casi nadie.

     Descansamos en una esquina de la plaza en un pequeño establecimiento con un par de cervezas esperando la hora de comer.

 

     La comida estaba incluida en la excursión y se servia en la casa de uno de los lugareños. Ya tenían preparada una mesa grande al aire libre con bancos a los lados junto a un mirador ideal para ver la gran bahía de Puno y las islas cercanas.

     Comimos sopa de quínoa, tortilla de vegetales y trucha a la plancha servida con patatas y arroz blanco. Todo muy rico. Bebida aparte.

 

     Luego tocaba bajar todo lo que habíamos subido hasta otro embarcadero localizado en la parte oeste donde ya nos estaba esperando el barco.

     Por el camino, algunos niños vendían pulseras hechas con hilos de colores. Compramos algunas para regalar.

     Esta vez la bajada era por escaleras con peldaños irregulares que nos dejó para el arrastre.

 

     Ya en el barco de vuelta Maribel hasta pudo conciliar un sueñecito. Yo mientras tanto me entretenía en popa mirando el atardecer y fumando un cigarrito en el único lugar donde se podía.

 

     Aprovechamos la tarde-noche paseando hasta la plaza de armas y cenando en una pizzería cercana al hotel. Al día siguiente partiríamos hacia Cuzco en un autobús turístico. A pesar de estar 2 noches en Puno no tuvimos demasiado tiempo para ver la ciudad pero parecía tener un centro muy animado.