GUILÍN

 

   Como Hangzhou, Guilin me pareció una plácida ciudad a la primera impresión. Rota en dos partes por un río de aguas quietas y nada profundas y junto a él, el Hotel Sheraton, uno de los mas vistosos hoteles de todo el viaje.

   La tarde que llegamos sólo nos dio tiempo para conocer el alojamiento y, ya de noche, dar un pequeño paseo y cenar a la orilla de un pequeño lago con dos pagodas preciosamente iluminadas que mas abajo pueden ver.

   La mañana siguiente estaba dedicada enteramente al río Lijiang que serpentea entre montañas como dientes de dragón repletas de arbustos y bosques de bambú. Un paisaje impresionante de naturaleza virgen, profunda y plácida en el centro de china.

   De vez en cuando se acercaban al barco algunas pequeñas balsas hechas con cuatro (solo cuatro) grandes cañas de bambú con jóvenes vendiendo figuras de madera y piedras cristalinas de cuarzo a muy buen precio. Era admirable como maniobraban la balsa hasta colocarse al costado de nuestro barco.

   Una curiosidad: en nuestro barco coincidió el presidente del comité olímpico chino, un personaje muy amable que no dudo en hacerse una foto con mi mujer.

    Después del almuerzo tocaba adentrarnos en la cultura rural china, por eso nos montamos en varios pequeños motocarros de 4 asientos para recorrer un camino polvoriento y pararnos primero en un pequeño puente donde unos bueyes, búfalos, cebús o comoquiera que les llamen se bañaban ante la atenta mirada de un viejecito que cuando nos vio nos tendió la mano pidiendo dinero.

    No quiero imaginarme la de motocarros que pasarían por allí cada día pero los bichos cornudos sabían posar muy bien. Luego paramos en medio de un gran arrozal con otro buey atado a un arado que daba vueltas a una zona circular perfectamente delimitada, muy puesto para la ocasión.

    Eso se parecía a la china rural como un huevo a una castaña pero nosotros ya habíamos tenido bastante con el río como para protestar de modo que, luego de ver una montaña horadada por un gran agujero, se acabaron las emociones y nos refugiamos en el hotel para darnos un bien merecido descanso.

 Esa noche cenamos en un coqueto restaurante con una buena botella de vino tinto del país y unos postres exquisitos y luego deambulamos por el iluminado centro de la ciudad donde abundaban los tenderetes con baratijas y antigüedades (en uno de ellos me hicieron un retrato en una camiseta por 4 euros con camiseta incluida y lo más curioso es que se parecía a mi, pero con un ligero toque de ojos achinados).

       La mañana siguiente, libre total, tras hacernos unas fotos en el jardín del hotel, la dedicamos a visitar un pequeño parque-museo cercano al lago de las pagodas del sol y la luna.

pagodas del sol y la luna

jardín interior del Sheraton

 

    El almuerzo tocaba en otro hotel cercano a la gruta que luego visitaríamos. Me llamo la atención el hall del hotel lleno de lámparas colgantes de color rojo. El conjunto era un poco cutre pero vistoso, si no vean la foto de muestra. Me guardo la foto del comedor con grandes lazos rojos en cada silla y la puerta adornada con globos rosados tipo boda de todo a cien, esa foto no me atrevo a enseñarla.

    La cueva de la flauta de junco había servido de refugio durante la represión y dicen que cabían más de 1500 personas en su sala mas grande. Repleta de luces de colores costaba imaginar tal cosa pero la fotografía era magnífica. Allí pasamos casi toda la tarde.

    Era el último día en Guilín, ya que esa misma noche volaríamos hasta Xian, de modo que aprovechamos el tiempo visitando un pequeño mercado muy cercano al hotel. Vimos que vendían enormes huevos de varios colores y tamaños, todo tipo de especias, arroces y setas secas y muchos animales vivos como patos, tortugas y anguilas e incluso una freiduría con alimentos expuestos que no me atreví a preguntar que eran.

    Mas de media hora estuvimos regateando en un puesto por dos troncos de canela que, curiosamente, solo olían cuando se rompían y, al final, no nos pusimos de acuerdo.