HANGZHOU

    El día se fue entre la mañana en el mercado de imitaciones de Shanghai y el viaje en tren de modo que cuando llegamos a Hangzhou era ya de noche, afortunadamente el hotel estaba muy cerca del lago de modo que nos aventuramos a acercarnos a alguno de los restaurantes que se situaban en sus riberas. En uno de ellos cenamos y pasamos el tiempo acompañados de los sones de algún cantante que amenizaba la velada y contemplando a unos pescadores que, sentados en el borde del lago conversaban y bebían un extraño te de hierbas.

    No madrugué la mañana siguiente y solo tuve tiempo de fotografiar el hotel y los alrededores ya que salimos en la primera excursión de la ciudad: El Lago Oeste.   

    Embarcamos junto a otros turistas occidentales (alemanes, creo) que se llevaban un bonito recuerdo cada uno, esto es, tres matrimonios germanos con sus hijas recién adoptadas aprovechando el viaje.

   La bruma oscurecía los edificios a lo lejos y de vez en cuando una fina lluvia nos obligaba a refugiarnos bajo techo, de este modo pudimos dar una pequeña vueltita acompañados de alguna explicación del guía acerca del nombre del lago y otras curiosidades en torno a el.

    Después visitamos un parque cercano llamado Hua Gang, espléndidamente decorado y cuidado, lleno de recovecos con grandes estatuas y pequeños estanques con peces de colores.

    No duró mucho la visita ya que la mañana aún nos reservaba un paraje cercano, junto al río donde se erige la pagoda de las seis armonías, impresionante torre de 13 pisos desde fuera que, en realidad son solo 7 una vez dentro. Está a los pies de una colina con una colección de bonsáis y varias representaciones de pagodas en miniatura, las mas representativas de toda China.

    Debido a la premura del tiempo ya que teníamos que visitar la consabida fabrica y la consabida tienda, tuvimos que elegir entre subir a la torre a recorrer la colección de pagoditas montaña arriba, decidimos lo primero (fuimos los únicos que subimos). 

    Después de visitar la fabrica de perlas y almorzar nos quedaba la última visita del día; el templo del alma escondida. 

    Como todos, se trata de un conjunto de edificios, cada uno con un propósito enclavado en un bonito paisaje lleno de verdor. 

    Destaca uno de los edificios con 500 budas diferentes de tamaño casi natural alineados en varios pasillos formando un pequeño laberinto que sobrecogía un poco. Aún nos dio tiempo de visitar unas estatuas esculpidas en la falda rocosa de la montaña. El día resultó agotador.

   Y para reponernos, nada mejor que un buen masaje, en un establecimiento frente al hotel (en realidad pertenecía al hotel, de hecho teníamos cupones descuento en la habitación). Maribel incluso se hizo un masaje de pies y la pedicura. Nos quedamos nuevos.

    Igual fue por el masaje pero lo cierto es que la mañana siguiente me levanté a las seis con ganas de andar y me fui calle abajo camino del lago.

     Ya había movimiento en las calles y durante el recorrido hacia el lago puede ver como la calle reserva los carriles exteriores para las bicicletas y cientos de ellas se ponían en marcha al comenzar el día.

    En la primera esquina pude ver como dos viejitas conversaban en la acera, cuando pasé junto a ellas observé como una de ellas tenía una pierna completamente levantada sobre su cabeza y apoyada en la pared, en una postura que yo sería incapaz de realizar. Fue la primera sorpresa que me reservó esta caminata.

    Al borde del lago, en una especie de paseo marítimo se reunían grupos organizados para practicar su gimnasia matutina, con lazos, espadas, abanicos, banderas o solamente en actitud contemplativa, casi todos bien cumplida la cincuentena. En algunas esquinas, sonaban grandes altavoces y varias parejas bailaban pasodobles.

    En un momento del recorrido fui abordado por un anciano pequeño y afable y en nuestro pésimo ingles (sobretodo el mío) mantuvimos una larga conversación. Me contó que fue profesor en un instituto y se interesó por el lugar de donde venía, cuanto llevaba en China y por donde había pasado. Me confesó su deseo de visitar Europa algún día y juntos hicimos varias fotografías a un grupo de ancianas que debieron ser ganadoras de algún certamen de Tai-chi ya que mostraban orgullosas varias medallas. La foto que expongo abajo le sirve como homenaje.

    Seguí andando paseo arriba hasta dar con un pequeño puente que se adentraba en el lago y tras cruzarlo la siguiente sorpresa: de unos árboles colgaban varias jaulas junto a unos bancos donde se reunía un grupo de ancianos. Se trataba de pájaros negros, como cuervos con una pequeña cresta roja y la garganta del mismo color. Al acercarme vi como uno de los ancianos le hablaba a uno de los pájaros, el de la jaula mas grande, y cual no sería mi sorpresa al oír al pájaro repetir las mismas palabras que recitaba el abuelo, con una claridad asombrosa, y hasta el sonido del  motor de un camión que paso por el puente, el pájaro repetía sin necesidad de mover el pico. Con una voz profunda y sorprendente. 

    Todavía de vuelta al hotel tuve tiempo de ver como escribían en el suelo del paseo unas curiosas letras de caligrafía china con grandes brochas mojadas en agua, un signo en cada baldosa y cien metros de escritura que al ir secándose ofrecían un espectáculo precioso.

    La ultima mañana en esta ciudad fuimos a una bonita y cuidada calle repleta de tiendas antiguas y tenderetes de baratijas, le llamaban la calle de los boticarios por la cantidad de farmacias chinas que tenía.    Aunque modernizada, retenía el sabor antiguo de esas callejuelas de las películas chinas con casas de madera y ventanas labradas.