Cuando llegamos a la ciudad, después de un interminable vuelo desde Madrid, eran casi las siete y ya noche cerrada.

    China conserva toda ella el mismo horario a pesar de que su extensión da para al menos 3 usos horarios, eso hace que, mientras en Shanghai a poco mas de las seis de la tarde ya se hacia de noche, en Pekín a las ocho aún había luz.

   Me sorprendió la gran cantidad de edificios altos que pasamos camino del hotel, enormes rascacielos exageradamente iluminados se aparecían como árboles de navidad en un inmenso bosque urbano. La guía comentaba que la ciudad poseía no menos de 1000 edificios de mas de 40 pisos, quizás la cifra fuera exagerada pero seguro que se le acerca mucho.

   Nos alojamos en el Shanghai Hotel, con una pinta buenísima solo que un poco alejado del centro, comprobamos la eficacia de los maleteros ya que en no mas de 10 minutos teníamos todo nuestro equipaje en la habitación asignada, luego cambiamos algunos euros (no demasiado porque es aconsejable cambiar poco no vaya a ser que luego te sobren) y salimos a dar el primer vistazo a la ciudad.

   No encontramos nada sugestivo cercano al hotel de modo que, luego de comprar bebidas, un paquete de patatas y algo de fruta en un puesto callejero, subimos a la habitación a cenar y descansar tras un baño reconfortante. Al día siguiente comenzaban las visitas.  

    El primer templo que visitamos fue el del Buda de Jade. Como casi todos, se trata de un conjunto de vistosos edificios, cada uno con un propósito, alineados o rodeando a un centro común, cercados normalmente por una muralla. Éste conserva un buda reclinado de Jade y para cuando fuimos a ver la sala que lo alberga estaba atiborrada de chinos por lo que desistí de hacerle una sola foto. Casualmente salimos por una sala contigua donde se venden todo tipo de recuerdos: pequeños budas de jade, libros, pergaminos chinos, sellos, etc... El suelo, mojado por la lluvia que no dejaba de caer, era especialmente resbaladizo y había que llevar mucho cuidado de no caerse mientras se recorrían los pasillos y galerías.

     En la primera sala recibían oraciones tres enormes budas dorados y en cada lado dos representaciones gemelas de dioses enfurecidos. Cada estatua tenia su significado pero yo no estuve especialmente atento a las explicaciones del guía y mejor me dediqué a fotografiarlo todo.

    La siguiente parada la hicimos en los jardines Yuyuan. La lluvia seguía incesante y nos protegimos con 2 impermeables que trajimos para el caso que, aunque te permiten tener las manos libres son demasiado calurosos de modo que los utilizamos sólo hasta que compramos 2 pequeños paraguas.

   Los jardines son un grupo de edificios estilo chino con bellos estanques y puentes embutidos entre calles con comercios y restaurantes atestados de turistas, sobretodo chinos. Había carpas que devoraban el alimento que les lanzaban y cada techo o muro estaba bellamente adornado con figuras de dragones, dioses o batallas celebres. Hubiera merecido mas tiempo del que tuvimos pero, como ya nos daríamos cuenta, quedaba la "obligada" visita a la fabrica gubernamental y el almuerzo. La tarde la teníamos reservada para el Malecón, la calle comercial por excelencia de Shanghai y la orilla opuesta para visitar el edificio mas alto de la ciudad.

   Según la hora reflejada en las fotos que fui tomando, tardamos 4 horas entre la visita a la fabrica de seda y la comida. En la fabrica nos obsequiaron con un cutre pase de modelos de vestidos de seda después de enseñarnos como se fabricaba el hilo y las telas, luego, claro, había que pasar por la tienda.

   La primera experiencia con la comida china no fue demasiado satisfactoria. Sobre una mesa redonda fueron apiñando diversos platos, la mayoría con verduras poco hechas, un pescado con una salsa que sería de tomate, arroz blanco en abundancia, algo que parecían trozos de calamar frito y que resultó ser manzana rebozada y una sopa insípida. Cada uno nos servíamos dando vueltas al centro giratorio de las mesas mientras veíamos pasar otros platos algo mas apetitosos para otras mesas en otro comedor ajeno al nuestro. Los días siguientes procuré hacer desayunos contundentes en el hotel.

    Tras el "exitoso" almuerzo llegó la visita al malecón que no es mas que una vista panorámica de la orilla nueva del río, la parte moderna, desde la parte antigua.

    Apenas estuvimos 20 minutos, me hubiera gustado tener mas tiempo para recorrerlo entero alguna mañana pero los días en Shanghai pasaron muy deprisa. De todas formas la visión es fantástica, de esas que te quedan grabadas y las recuerdas siempre.

    Desde el mismo malecón parte la calle comercial por excelencia: la calle Nanjing, plagada de centros comerciales y hoteles, con un trasiego bullicioso de gente arriba y abajo. Aunque no se trata propiamente de un comercio de imitaciones, los precios son muy aceptables si se trata de productos chinos. Por las calles no escasea quien se ofrece llevarte a alguna tienducha o alguna casa particular donde abundan los artículos de imitación a unos precios ridículos. De cada uno depende si sigues al individuo o no, de todos modos era el principio del viaje y no deseábamos ir demasiado cargados durante todo el recorrido. El grueso de las compras decidimos hacerlo en Pekín sin desdeñar cualquier cosa que verdaderamente mereciera la pena.

   Ya anochecía cuando partimos desde un muelle cercano, en un buque turístico a dar una vuelta río abajo y, si la ciudad impresiona de día, al caer la noche es cuando muestra todo su esplendor. Los edificios, los barcos y las calles se encienden derrochando miles de watios, edificios que simulan gigantescos televisores, rótulos luminosos en movimiento y toda clase de colores de neon reflejándose en el río.

    Fuera de programa decidimos la mayoría, visitar el edificio mas alto de la ciudad, de toda china y el 4º del mundo. Un soberbio rascacielos de ochenta y tantos pisos que alberga en su parte alta al Hotel Hiatt. A pesar de la veloz subida, el ascensor parece que casi no se mueve y luego las vistas son magnificas. Allí mismo compramos unas postales, las sellamos y las depositamos en un buzón al efecto. Llegaron una semana después de regresar nosotros.

    Cenamos en un restaurante chino un poco pijo y occidentalizado del Barrio Francés, un conjunto de callejuelas con abundancia de pubs, restaurantes y puestos callejeros de regalos.

     El día siguiente me levanté temprano y decidí dar una pequeña vuelta a los alrededores del hotel, la mañana era brumosa y comenzaba a caer una fina lluvia.

    Toda la jornada la dedicamos a visitar la ciudad cercana de Suzhou, que se comenta en otro apartado, pero por la noche nos apuntamos a algo fuera del programa, el espectáculo de acrobacia china.

    Yolanda, la guía española que nos acompañó durante todo el viaje, nos consiguió unas entradas ideales, en la fila cinco y bien centradas por lo que pude hacer magnificas fotos de las que dejo una pequeña muestra. La exhibición bien merece la pena.

    Y con una pequeña visita al mercado de imitaciones al aire libre acabó nuestro paseo por Shanghai, una ciudad que bien merece una semana entera. Dejamos de ver numerosos templos y sobretodo el embutirse en ese hermoso malecón, bien temprano, cuando cientos de chinos pasean, hacen gimnasia o simplemente contemplan el amanecer. Esas pequeñas cosas hacen merecer un viaje y recorrer medio mundo solo para verlas.