XI'AN

    Xi'an es una enorme urbe de varios millones de habitantes con un centro antiguo amurallado muy vistoso y es además la casa de los famosos guerreros de terracota.

   Después de pasear por los alrededores del hotel (se trata del edificio de arriba con esa gran antena), la visita comprendía las murallas y las torres del tambor y la campana y el templo de la gran pagoda de la oca salvaje por la mañana, dejando para la tarde el desplazamiento cercano a la llanura de los guerreros de terracota.

    La mañana brumosa permitía fotografiar las murallas con ese regustillo antiguo y era una de las escasas ocasiones en que las fotografías podían no incluir nada moderno, aunque si algo saco claro de china es que hay muy pocas cosas antiguas, los palacios son palacios reformados donde antes hubo un palacio que se quemó construido donde antes había un palacio que destruyó un terremoto, donde antes hubo un templo que resultó asolado por una guerra. Y casi todo es así. Lo único que permanece es la memoria de lo que antes fue y significó, y su establecimiento pero donde antes hubo madera y paja, luego hubo adobe y barro empastado y ahora hay ladrillo, cemento y teja aunque la esencia misma de la construcción perviva. Al menos hasta hoy. El mañana puede ser muy distinto.

    La gran pagoda de la oca salvaje (se llama así para diferenciarla de otra igual pero mas pequeña en otro lugar de la ciudad) es un conjunto de templos de rezo y contemplación situados junto a una gran plaza donde se volaban cometas y se vendían todo tipo de baratijas. A la entrada tuvimos la suerte de oír los cantos de los monjes budistas en una plegaria matinal. Luego recorrimos los jardines con estatuas de budas diseminados donde muchos chinos fotografiaban a sus niños. La guinda última era la gran pagoda de 7 pisos a la que, esta vez, no subimos.

    A la salida, en una calle cercana, vendían dulces de miel y nueces en una especie de bloques como de turrón con una pinta exquisita. Era el principio de la calle de los anticuarios con varias tiendas de pinturas, jarrones de jade y latón y otras antigüedades.

    El almuerzo fue esta vez en un local que servía de teatro con el escenario tapizado de tela roja y dorada y una vez repuestos nos condujeron a la planicie donde se descubrió el ejercito inmóvil que construido siglos antes asombraría al mundo. Hasta 6000 guerreros de tamaño casi natural, todos distintos, en perfecta formación de combate se desprendían de la tierra que los cubrían y se dejaban ver como la obra humana comparable a la gran muralla construida en tiempos de la misma dinastía. Las fotos siguientes dan una mínima imagen de su grandeza.

    En uno de los pabellones se encontraba el campesino que, casualmente, encontró los guerreros. Firmaba ejemplares de un libro muy didáctico donde  explicaba como los formaron y trasladaron y las tareas de restauración que se llevaron a cabo. Sin duda, a 12 euros por libro, a este campesino se le apareció la virgen en forma de soldado de barro. En otra estancia del museo, pueden verse separados algunos guerreros muy conservados en urnas de cristal y otros dos tesoros: los carros de caballos de bronce que también se hallaron. (la foto de arriba esta hecha en el pabellón de venta de recuerdos donde hay reproducciones a tamaño natural. No es que mi mujer se colara en la fila de guerreros a darles un abrazo).

    Esa noche buscamos un buen restaurante típicamente chino pero después de ver algunos de ellos (incluso de la guía de Lonely Planet) nos decidimos por uno algo más occidental. Un Mac Donalds.

    Mi recorrido matutino diario me llevó a una gran plaza junto al ayuntamiento donde muchos abueletes hacían gimnasia o jugaban al bádminton y además pude ver una banda de música con cierto toque militar, todos uniformados, tocando piezas clásicas y varias mujeres acicalando a su perro pequinés como para un concurso.

    El ultimo día en Xian visitamos un templo musulmán de arquitectura auténticamente china (los únicos vestigios musulmanes eran unas letras en algunas puertas y muros, aunque el guía se esforzaba en mostrar las diferencias en la construcción del templo) y el llamado bosque de las esquelas con decenas de lo que parecían lápidas con inscripciones que no eran mas que relatos y proverbios esculpidos en piedra para la posteridad.  

   El tiempo en oriente pasaba en un suspiro y cada traslado nos dejaba mas cerca del fin del viaje.