ASSUAN

   Llegamos a Assuan por la mañana, el guía nos recogió en el  aeropuerto y nos llevó al barco.

    La ciudad me pareció fantástica, un camino polvoriento y reseco hasta que llegamos al nilo que daba verdadera vida a toda ella.

     Las casas se alineaban a sus orillas y  toda la ciudad parecía sacada de una postal árabe toda llena de verdor y placidez, sin una mota de viento que soplara y un cielo, casi blanco, absolutamente despejado de nubes.

   Luego de confirmar la habitación, perdón el camarote, y de dejar las maletas en el barco nos reunimos con el guía que nos informó que el grupo con el que haríamos todo el viaje llegaría por la noche, así que teníamos toda la tarde libre para hacer lo que nos diera la gana.

   En Assuan se construyó una gran presa para controlar las crecidas del río y suministrar agua y electricidad a toda la ribera, por ello, esta es la zona de las que vimos en que el río es más ancho, con muchas islas y lugares escondidos con agua lo bastante limpia como para bañarse. En esa ciudad permanecimos hasta el día siguiente por la noche que fue cuando empezamos a navegar.

   El primer día vimos uno de los templos que no estaban dentro del programa y que teníamos interés en ir; el templo de Isis en la isla Philae. Pillamos un taxi a la salida del embarcadero (la primera odisea fue una bronca de dos taxistas que se pelearon por llevarnos y tuvimos que bajar de uno para subir al otro) que nos llevó al muelle de las falucas donde alquilamos una para que nos llevara al templo. La cosa nos salió por casi 30 euros (taxi de ida y vuelta y faluca donde cabían quince para nosotros solos) un poco caro pero una ganga si se ponen varias personas de acuerdo, nosotros acabábamos de llegar y pagamos la novatada. De todas formas, mereció la pena.

     El templo de Isis es uno de los templos trasladados piedra a piedra desde su lugar original al construir la presa de Assuan.

   Como no está en muchos programas de viajes y era poco después de la hora de comer, estaba solitario. Estuvimos allí mas de una hora recorriendo  cada rincón y recreándonos en los maravillosos relieves y columnas que lo adornaban. Hicimos muchas fotos y nos dio tiempo de sentarnos a la sombra a contemplar todo el recinto, sin ruidos ni bullicio de gente y guías hablando. En las siguientes excursiones echamos en falta esa paz y esa soledad.

   En ese lugar se celebra un espectáculo nocturno con luces y narraciones en varios idiomas que quizás merezca la pena ver, si se va con tiempo, pero nuestro guía nos había informado que al día siguiente teníamos que levantarnos muy temprano para ir a Abu Simbel así que lo desechamos.

    Es una de las causas por la que aconsejo hacer el crucero de 7 días (ida y vuelta del recorrido) ya que, aunque tienes las mismas visitas programadas, seguro que sobra tiempo para hacer éstas otras por tu cuenta.

   En todos los templos siempre hay gente dispuesta a ayudarte o a enseñarte no sé cual rincón escondido a cambio de alguna moneda. Yo ignoro si son gente puesta por el gobierno o los ayuntamientos, todos con túnicas blancas a las puertas de los templos o dentro de ellos. Son como los aparcacoches en España (al menos en el sur), te las encuentras por todos lados, no se saben muy bien que demonios hacen allí pero todos piden algo, a veces hasta se enfadan si les das poco. La respuesta mágica es "la" (sencillamente "no") tanto para los que piden como para los que te quieren vender algo, esto, por supuesto, si no estás interesado en comprar. De todas formas, a la salida de todos los templos hay tenderetes de venta pero conviene que, al principio, no te emociones demasiado con las compras, siempre habrá tiempo de hacerlas en El Cairo y a mucho mejor precio.

    Después de la visita volvimos al barco, merendamos y estuvimos viendo las distintas dependencias: el comedor, la cafetería, bar y discoteca y la piscina y el solarium en la planta superior. Una ducha relajante y una reunión con el guía y, esta vez sí, con el grupo original.

 

   Como nos habían prometido, al día siguiente (el segundo día) nos llamaron al camarote a las 3 de la mañana para ir a Abu simbel. Se trata de un viaje a través del desierto de casi 4 horas en autobús (existe la opción de hacerlo en avión por no sé cuantos euros), en un convoy atestado de vehículos custodiados por la policía.

    En Egipto, desde el famoso atentado de los fundamentalistas contra unos turistas alemanes, los traslados largos entre ciudades por el desierto se realizan en caravanas protegidas, se conoce que el gobierno no quiere dejar de recibir lo que supone la mayor parte de ingresos del país, los turistas, y los trata con verdadero mimo.

   El viaje no se nos hizo demasiado pesado ya que puedes disfrutar de dos experiencias grandiosas: la noche en el desierto donde puedes ver estrellas tan bajas que se funden con el horizonte y el amanecer en el desierto, todo un espectáculo. Además incluso pude echar una cabezadita. Falta me hacía.

   Abu Simbel es otro de los templos trasladados piedra a piedra desde su sitio original varias decenas de metros mas abajo. Dedicado al gran faraón Ramsés II y su esposa Nefertari, se emplaza en una montaña creada artificialmente a la orilla del lago Nasser (que se creó al construir la presa) y de cara a él. Resulta impresionante verlo aparecer al doblar una esquina luego de bajar del autobús y pasar por la correspondiente entrada con el billete en la mano.

   Eran las ocho de la mañana y el sol daba de pleno en las impresionantes figuras, he visto  fotografías de estos templos realizadas por la tarde y, en verdad, los colores y las sombras son mucho menos vistosos.

 El sol todavía no calentaba demasiado y no había demasiada gente al principio, luego sí, y pudimos ver los dos templos, por dentro y por fuera, con relativa tranquilidad. El guía nos indicó que era mejor hacer las fotos primero y luego nos daría unas explicaciones cuando ya estuviera atestado.

   Luego de estar allí casi una hora, una visita a los servicios, un vistazo a una sala contigua con fotografías del traslado de las piedras, el correspondiente paso por los tenderetes de venta (pude ver quien vendía incluso crías de cocodrilo), el correspondiente tira y afloja con los vendedores y de vuelta al autobús para el viaje de vuelta. Pasamos por la presa y por las canteras de Assuan donde vimos un obelisco a medio terminar porque se partió, el famoso obelisco inacabado, que permite entrever muchas pistas de como cortaban y pulían las inmensas moles de piedra para hacer los templos, los obeliscos y las estatuas.

    Llegamos al barco justito para almorzar, reponer fuerzas y otra vez al tajo. Los que no nos apuntamos a una excursión al pueblo nubio (excursión que luego no se realizó porque estaban rodando una película en el pueblo), decidimos hacer una escapada por nuestra cuenta. Contratamos una faluca para visitar la isla Elefantina, el museo elefantino y el pueblo adyacente y luego nos decidimos a dar una placentera vuelta a la isla. Lo malo fue que cuando estábamos en el otro lado de la isla el viento cesó de repente y tardamos más de dos horas en dar la vuelta a la isla. Nos alcanzó la noche en la faluca (sin una sola luz) y los dos nativos, uno remando con la pasarela de entrada y otro empujando con una vara larga desde el fondo del río, a duras penas nos llevaron a la otra orilla,  así que para cuando llegamos al barco eran casi las nueve de la noche y nos perdimos la recepción con el capitán. Por cierto, la excursión nos costó 4 euros cada uno.

   Después de la cena vimos un espectáculo en  la discoteca con varias bailarinas y el original baile giratorio, ese que marea tanto, y aún nos sentimos con ganas de juerga así que le pedimos al guía que nos acompañara al pueblo a ver el mercado nocturno. Estuvimos paseando por el zoco, nos tomamos unas cervezas y nos fumamos unas cachimbas (algo verdaderamente agradable de probar), compramos henna, una especie de tinte para el pelo, algunas baratijas y a dormir que ya estaba bien. Por cierto, al volver del paseo por el pueblo, se apagaron las luces de la calle durante unos 10 minutos y allí estábamos nosotros como 10 o 12 turistas, en el mercado de la ciudad, sin ver ni torta y sin saber donde demonios estaba el barco. Fue otra aventura para contar. 

 

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