EL MAR ROJO

 

   "Quienquiera que vaya a Egipto y no reserve al menos un par de días para visitar el Mar Rojo (sea en el complejo hotelero que sea), cometerá una equivocación de la que no va arrepentirse nunca y de la que jamás será perdonado". Esta sentencia, que bien podría estar escrita por cualquier director de agencia de viajes, o por el mismo Alá, es mía. Y es que después de haber visto fondos marinos en Méjico, Republica Dominicana y Cuba tengo que decir que nunca vi tanta diversidad de peces y corales tan cerca y tan a mano como en el mar Rojo y eso a pesar de ser los menos cuidados ya que junto a esas maravillas naturales no era extraño encontrar alguna lata de refrescos, tirada por algún energúmeno o alguna soga olvidada, pero es tal la extensión de la plataforma coralina que no se preocupan en cuidarla (al menos esa impresión me dio). Seguro que tarde o temprano (espero que temprano) lo harán.

 

Tras pasar una noche en un hotel de Luxor, el Hotel Luxor (originales estos egipcios) luego de dejar el barco, llegamos al Mar Rojo, el quinto día de viaje, tras casi 4 horas de recorrido en autobús a través del desierto. Nuestro hotel se encontraba situado en una zona hotelera llamada El Gouna, un novísimo complejo creado artificialmente cerca de Hurghada, donde antes no había ningún asentamiento, compuesto por varios hoteles, un campo de golf y una especie de centro urbano prefabricado con muchas tiendas, bares, restaurantes y discotecas.

   El hotel estaba muy bien, con una restauración magnífica, pero con un serio inconveniente: la playa. El primer día que llegamos, la vimos por la tarde y era una extensión enorme de agua que apenas te llegaba a las rodillas, de modo que tenías que andar al menos 200 metros mar adentro para que te cubriera el agua. El segundo día por la mañana, con la marea vacía, la extensión era de arena. Al menos teníamos la piscina para ahogar nuestras penas.

   El régimen era de media pensión, desayuno y cena, el almuerzo nos lo procuramos en el restaurante de la piscina, pizza y ensaladas, nada de productos de la tierra. La cena sí tenía mas posibilidades, con un buffet con carnes, pasta, sopas y una pastelería soberbia donde no escaseaban la miel, los frutos secos, las natillas, los helados, los pastelitos, las tartas... y no digo más porque estoy manchando el teclado.

   Luego de la cena, un grupo formado por una cantante bastante sosa, aunque con buena voz,  y un músico con un teclado electrónico (un grupo de dos) amenizaban la velada en una terraza al aire libre. Alguna vez hubo un espectáculo con danzas de la tierra. Para pedir las bebidas o alguna que otra cosa nos servíamos de Amanda y Carlos, un matrimonio de recién casados, ella canadiense afincada en cataluña, que nos ayudaba con el inglés. Desde aquí un grato recuerdo.

 

 Pocas son las excursiones que te ofrecen y tampoco hacen falta muchas, ya que allí vas a descansar y a relajarte, después de tanta piedra, y a la espera del asalto final del viaje en El Cairo para continuar conociendo a nuestros amigos los antiguos egipcios. Así que de las dos opciones: agua y buceo ó desierto y camello, elegimos la primera, dejando el tercer día para descanso absoluto. No descarto hacer la excursión del desierto la próxima vez que vaya a ese país porque me comentaron que es muy interesante.

   Nos trasladamos a otro hotel, éste con una playa magnífica aunque el establecimiento era de menor categoría, a abordar un yate que nos llevara a las plataformas coralinas y una hora más tarde ya estábamos haciendo buceo de superficie, "esnorkel", y maravillándonos con la naturaleza que se nos presentaba ante nuestros ojos. Sólo había que acercarse a los arrecifes, quedarse quieto y dejarse mecer por el agua, a medio metro de los corales y empezaban a aparecer todo tipo de peces tropicales de mil colores. Los peces que normalmente se ven en los acuarios o en los documentales de la tele, esos peces, todos, allí estaban ante nosotros.

   Hicimos dos paradas en sitios distintos, el primero en una especie de guardería del mar porque nada más meternos estábamos rodeados de miles de alevines de mil colores, que se apartaban a nuestro paso y, tras almorzar en el barco, una segunda zambullida en otro lugar más profundo y aún más espectacular. La experiencia es inolvidable. La recomiendo.

   El último día en la costa, después de almorzar en el pabellón oriental del restaurante (ver foto de todo el grupo) visitamos el pueblo prefabricado, muchas tiendas bastante caras donde Maribel, mi mujer, sólo compró perfumes y un pequeño catálogo de peces tropicales en papel plastificado. No me canso de repetir, las compras, en El Cairo.

   Una anécdota: cada noche al volver a la habitación, pedíamos hielo por teléfono, para dar buena cuenta de la botella de whisky. La primera noche nos trajeron una bolsa de basura completamente llena de cubitos encima de una gran bandeja, la segunda un cubo grande de zinc repleto de hielo y la tercera, esta vez sí, una cubitera. Estos egipcios aprenden tarde, pero aprenden.

ir a inicio