TEMPLOS EN EL CAMINO

   La mañana siguiente (el tercer día) visitamos un nuevo templo: el de Kom-om-bo, dedicado a Sobek, el dios cocodrilo. Un templo pequeño pero muy bonito, con detalles que no pudimos ver en otras visitas a pesar del poco tiempo que tuvimos. El nilometro, unos relieves donde representaban sus instrumentos quirurgicos y unos cocodrilos disecados en sucias urnas de cristal son sus más representativos tesoros. Paso por alto sus variadas policromias, escasamente conservadas, los relieves, bajo o altos, que de todos terminas harto durante el viaje, incapaz de recordar o elegir unos u otros de tantos que ves.

   En este complejo, muchos guardas-vigilantes, emboscados en cualquier esquina a la espera de la aparición de algún confiado turista al que tenderle la mano (abierta con la palma hacia arriba).

   A la salida del templo, muchos tenderetes con una curiosa forma de control, tienen pintada una linea como a 2 metros de la fila de tiendas que los vendedores no pueden traspasar, es por eso que lo que intentan es que seas tú quien entres en ellas para entonces enseñarte todo tipo de recuerdos. Nosotros compramos dos chilabas completas para la fiesta moruna de disfraces que sabíamos que se celebraría esa noche y luego regateamos unos collares a unos niños que se aventuraron a vendérnoslos en las cercanías del autobús.

   Volvimos al barco y tras unas horas de navegación y el almuerzo, ya estabamos en camino hacia el templo del dios Horus en Edfú. Un templo grandioso, el más impresionante de los del camino, con unas murallas enormes con relieves gigantescos.

   Llegamos allí en curiosas calesas de dos personas bajo un calor sofocante a las 4 de la tarde (estos egipcios no respetan ni la siesta). Nos hacen dar un extraño rodeo para entrar por una puertecitas hacia una gran sala descubierta donde está la entrada del templo y junto a ella una estatua negra del dios halcon Horus donde se habrán hecho millones de fotos, nosotros, claro está, también nos hicimos la nuestra. Dentro del templo, como en todos, la primera sala, una serie de columnas grandiosas (tuve que hacer tres fotos para pillarlas enteras) y un pasillo lateral muy sombrio donde está representada la numeración egipcia (esto nos lo descubrió el guía que si vas sin explicaciones igual ni te enteras). Otras salas cada vez mas pequeñas, mas bajas y mas oscuras para llegar al final a la pequeña sala privada de los sacerdotes con ventanas altísimas, inclinadas, desde donde entraba la luz para dar directamente en el centro de la estancia e iluminar al gran sacerdote.

   Volvemos a salir por la misma pequeña entradita y allí nos estaban esperando los vendedores de rigor, una carrerita para despistarlos (éstos eran verdaderamente insistentes) y de nuevo al barco.

   En estas visitas hecho de menos el poder ver algo de los pueblos donde paramos, pero ya se sabe, son itinerarios guiados y programados y apenas dejan tiempo libre para poder ver más cosas por tu cuenta.

        Tuvimos el resto de la tarde libre para tomar el sol en la piscina y vimos un bonito anochecer en el nilo con el barco navegando rumbo a Esna a pasar una gran esclusa.

   Esa noche se celebró la fiesta de disfraces en el barco. Sobre las nueve y media ya estábamos todos ataviados con chilabas morunas, todos excepto Olatz, Miriam y Gotxone, tres chicas vascas que, como no tenian túnicas, ni cortas ni perezosas, se ataviaron con sábanas y pañuelos en la cabeza y quedaron requetebien. Después de cenar, nos alegramos todos con divertidos juegos, regalos, baile y música hasta las tantas. Hubo incluso fiesta de cumpleaños. Abajo estamos todo el grupo de esa guisa.

    Aún tuvimos tiempo para tomarnos la última cerveza en un bar frente al embarcadero. Recuerdo que nos sentamos en la terraza tal como estábamos vestidos, en la tele del bar ponían un partido de futbol y estaba atestado de egipcios, todos varones, comentando las jugadas. Algunas mujeres paseaban pasando por nuestro lado y curiosamente eran las más escandalizadas, incluso ofendidas, de que estuvieramos sentados allí, hombres y mujeres, con túnicas, fumando tranquilamente un narguile en plena calle.

   Poco después, en el solarium, dimos buena cuenta de una de las botellas de whisky que traía. Nos ayudó uno de los camareros que se apuntó a la juerga con unas bolsitas de frutos secos (que Alá le perdone) haciendo tiempo para ver el paso de la esclusa. La cosa se alargó al final hasta las tres y media de la mañana. Todos ignorábamos dos cosas: que al día siguiente nos llamaban a las seis y media de la mañana (creíamos que sería a las ocho y media) y que nos esperaba una maratoniana jornada de templos, valles y calor. La última jornada en el barco.

ir a inicio