Phuket

    Después de hacer unas bonitas fotos aéreas de la bahía  de Phan Nga tomamos tierra en Phuket. El Holiday Inn Phuket nos pareció en principio un poco cutre pero cuanto más lo conocíamos más nos gustaba. Dedicamos ese día a conocer la ciudad, la playa, las tiendas y contratamos las excursiones en una agencia cercana al hotel. Para eso se las pintó solo nuestro compañero Rafa, habilísimo en el arte del regateo que sacó los dos recorridos por menos de la mitad de lo que nos ofrecía la guía que llevábamos en la isla. Haríamos primero la visita a la isla de la película "la playa",  Phi Phi y la isla de los monos con varias  inmersiones en aguas cristalinas y dos días después, la bahía de Phan Nga y la isla de James Bond con almuerzo en un poblado musulmán en medio del agua y visita a un gran buda en una cueva.

    Por la noche siempre visitábamos los tenderetes apostados a lo largo del paseo marítimo y en una calle comercial atestada de tiendas, un gran recinto con un ring de boxeo thai y locales nocturnos de alterne. La ciudad me pareció preparada para recibir muchos más turistas de los que había ya que la mayoría de los restaurantes estaban desiertos, luego nos enteramos que el año anterior el síndrome respiratorio agudo había hecho que apenas viajaran turistas a esa zona y poco a poco estaban recuperándose.

    Ya dije que en Thailandia se falsificaba casi todo y eso incluye hasta las mujeres. En efecto, nunca he visto unos travestís tan perfectos, que sólo los adivinabas por lo impúdicamente vestidos que iban y a veces por la voz ya que los cuerpos eran soberbios. A eso ayudaban el que los thailandeses no tengan apenas pelo en la barba y los brazos y sus facciones femeninas y de edad indefinida. Era un verdadero espectáculo el verlos pavonearse calle arriba y abajo con sus minúsculas falditas y sus exagerados escotes. No me atreví a hacer una sola foto así que tendréis que conformaros con mi palabra. 

     Normalmente almorzábamos en el hotel los días que no hubo excursión y cenábamos en la calle, en algún restaurante italiano o chino e incluso un día cenamos también en el mismo hotel una parrillada de pescado y marisco. En la calle del paseo marítimo abundaban los bancos y los kioskos de cambio de moneda. El tipo de cambio variaba casi cada día pero no había demasiadas diferencias de un sitio a otro. El euro te lo cambiaban sin ningún problema y a buen precio. En algunos sitios no aceptaban billetes de dólar antiguos.

    El clima no era demasiado caluroso gracias a que solía llover con frecuencia y el sol no calentaba demasiado. Casi siempre existía una buena capa de  nubes que, en los últimos días nos impidió acercarnos a una punta de playa donde se producían unos atardeceres maravillosos.

    La primera excursión comenzó a las 9 de la mañana. Tomamos una lancha rapidísima unas 20 personas incluyendo la tripulación y nos dirigimos a una bella isla cercana con una playa muy protegida por acantilados llenos de verdor. Decían que era "la playa" de la película del mismo nombre de Di Caprio pero yo no estoy muy seguro, al menos lo parecía aunque bien mirado nos daba igual. El agua no estaba demasiado limpia en sus orillas pero encontramos unos rincones preciosos como una oquedad en la piedra producida por el choque del agua o un sendero que nos llevo al otro lado de la pequeña bahía.  

    Embarcamos de nuevo y rodeando la isla vimos muchas pequeñas playitas en dirección a una especie de lago de forma circular en el interior de otra isla. El centro del lago permitía permanecer de pie ya que había poca profundidad pero en los bordes que se unían a los acantilados de piedra aumentaba el calado, parecía un gran anillo verde con el centro blanco de la arena acumulada. Nos dimos un buen chapuzón y continuamos el viaje hasta la isla de los monos.

    Casi no llegamos a parar y mucho menos bajar del barco ya que los animales se abalanzaron pidiendo comida y con intenciones no muy buenas. Uno de los guías nos previno que sujetáramos  fuerte las cámaras ya que los monos las cogían y se las llevaban montaña arriba.

 Sobre las 12 de la mañana llegamos a Phi Phi, una bonita isla compuesta por dos trozos unidos por una manga de arena donde se asienta el pueblo y con playas y embarcaderos a cada lado. Almorzamos tipo bufett en un gran restaurante en la playa y luego de descansar un buen rato y darnos un chapuzón en la playa frente a la sirena partimos hacia una zona de aguas claras para hacer esnorkel y algunas fotos submarinas.

    Terminamos la excursión  en una pequeña isla donde pudimos bañarnos cómodamente hasta que el cielo se cubrió de nubes y empezaron a caer gotas.

    Llegamos al hotel sobre las seis de la tarde, era un magnífico momento para inaugurar la piscina, la segunda piscina, ya que el primer día habíamos visitado una piscina junto al paseo marítimo normalita, pero luego descubrimos que el hotel estaba compuesto por 2 zonas: el gran edificio principal y otra zona formada por pequeños apartamentos junto a los cuales había otra piscina a la que teníamos acceso.

     Y era enorme, con baldosas azules, tres zonas diferenciadas de jacuzzi, barra húmeda y unos vistosos elefantes de piedra que, de vez en cuando, soltaban agua por la trompa. Desde que la descubrimos pasamos todas las tardes en ella ya que además casi siempre estaba solitaria.

    Dos días después hicimos la segunda excursión. El día amaneció nublado y amenazando agua de modo que el guía nos proporcionó unos impermeables de plástico transparente y embarcamos en lanchas rápidas y cubiertas por unos canales naturales hasta la bahía de Phan Nga, unos islotes llenos de verdor que se erigían desde el agua como si fueran picos de montañas submarinas. Llegamos a una embarcación grande y cuadrada que servía de base y montamos en pequeñas piraguas neumáticas, ataviados con chalecos salvavidas e impermeables, cada pareja con un remero, a recorrer los recovecos y cuevas que se esparcían en la base de los islotes. Pasamos hora y media entrando y saliendo de aquellas maravillas  naturales (en algunas de ellas teníamos que agacharnos para poder entrar), hicimos cientos de fotos (intercambiando las cámaras) en posturas inverosímiles para poder captar la esencia de la naturaleza que nos rodeaba. Es una experiencia que recomiendo absolutamente.

    Todavía eran las doce de la mañana cuando llegamos a la isla de James Bond. Justo entonces comenzaban a caer las primeras gotas y se levantaba un fuerte viento que amenazó con echar abajo lo que quedaba por ver. A duras penas pudimos hacer algunas fotos de la playa  donde se rodó la película "el hombre de la pistola de oro" con su famoso montículo mil veces plasmado en el cine, las tiendas y bares cerraron y como parecía que no había nada que hacer partimos hacia el pueblo musulmán. 

    Se trata de un pueblo completo, con colegios, iglesias, restaurantes, etc... sustentado con palos y estructuras de madera en el mismo agua junto a un acantilado costero. Allí almorzamos en un restaurante a orillas del embarcadero (pollo, calamares, sopa y verduras, sin cerveza, ya que estaba prohibida) y luego recorrimos el pueblo casi entero, pudiendo ver sus callejuelas, tiendas y casas justo cuando los niños volvían del colegio.

 Compramos algunas baratijas regateando con los comerciantes y embarcamos buscando la ultima visita del día, un gran buda reclinado en una cueva oscura y húmeda en cuya entrada se arremolinaban decenas de monos pidiendo comida. Estos no eran peligrosos, aunque si insistentes,  de modo que pudimos fotografiarnos con ellos mientras se agarraban a la ropa solicitando cacahuetes y fruta. 

    Llegamos al hotel sobre las 6 de la tarde, cansados pero entusiasmados por todo lo bonito que habíamos visto. Esa noche recorrimos los puestos, cenamos en un italiano y contemplamos las fotos que habíamos revelado en una tienda cercana a buen precio.

    Los últimos días los dedicamos a descansar, pasear por la playa, piscina, siesta y las últimas compras, enfrascado en la carrera para ver quien coleccionaba más monedas de 10 bats, iguales en tamaño y peso que las de 2 € y que pensábamos cambiar en España, al menos para pagarnos un cena, no más que eso ya que eran difíciles de conseguir y para hacer negocio tendrías que traerte un vagón entero. Nosotros conseguimos sobre 30 monedas. Un mes después ya no teníamos ninguna.

    El viaje de vuelta se hizo interminable. Tres trayectos aéreos que comprendían Phuket-Bangkok-Roma-Madrid, 4 aeropuertos con dificultades para fumar (especialmente Roma) y muchas horas de tránsito sin saber que hacer.

    Y por fin, como todo se acaba, llegamos a España. Terminaba el viaje de vacaciones del 2003. Nos traíamos unas sensaciones para recordar toda la vida, unos nuevos amigos madrileños, riojanos y sevillanos y algo para contar, al menos hasta el año siguiente.

    A los pocos que puedan leer esto, gracias les doy por su paciencia y un consejo: vayan a thailandia, no se arrepentirán y seguro que cuando vuelvan son mejores y quieren repetir. Yo seguro que vuelvo.

    Salu2 y gracias

Antonio García Villalpando