EL CIRCUITO

   Túnez no realiza el cambio de hora en horario de verano e invierno y ni siquiera tiene una hora adelantada, se rige exclusivamente por el horario solar aceptado internacionalmente, ese de los meridianos donde el cero pasa por Greenwich. Por eso en verano en Túnez es una hora menos, igual que en Canarias a pesar de estar situada justo para el otro lado. Un guía nos explicó que la experiencia del cambio de hora fue nefasta en ese país y como a nadie le sentó bien la desecharon.

 

   Llegamos al primer hotel Abou Nawas Tunis, en Túnez capital, ya entrada la noche, luego de un traslado de poco menos de hora y media desde el aeropuerto de Monastir. No dio tiempo más que para aparcar las maletas en la habitación y cenar en uno de los restaurantes. Una cena tipo menú que nos sirvió para comenzar a acercarnos a los hábitos culinarios tunecinos, con una crema sabrosa, unas croquetas excesivamente condimentadas y una carne con verdura y patatas con un ligero sabor dulce.

 

         La mañana siguiente me levanté temprano y pude hacer varias fotografías desde la habitación del hotel y, luego de desayunar, nos pusimos en camino a recorrer lo que turísticamente se conoce como las excursiones del Norte, a saber: el museo del Bardo, el zoco de la capital, Cartago y un pequeño pueblecito turístico: Sidi Bou Said.

Aún no eran las nueve cuando llegamos al museo, un edificio antiguo de variada arquitectura, predominantemente árabe, que alberga varias estatuas romanas incompletas, antiguas columnas romanas y utensilios de madera y metal de la misma época pero sobretodo una completa colección de mosaicos romanos que son sus mas preciados tesoros. Recorrimos las diferentes salas con bastante premura, escuchando las variadas explicaciones del guía. A la entrada abonamos 1 dinar (poco más de cien pesetas entonces) en concepto de utilización de la cámara fotográfica, es lo que se conoce como derecho de fotos y sería una parte común en todos los monumentos, mezquitas, museos, palacios o zonas arqueológicas que visitamos. No supone demasiado desembolso y sí una mínima forma de control, otra cosa es lo que te piden por utilizar la cámara de video, a veces hasta 10 dinares, una pasada.

Abundaban los mosaicos con escenas marineras y de caza, las alegorías a los dioses, los zodiacos, inscripciones lapidarias e incluso un retrato de Virgilio con dos musas, un mosaico de apenas 60 cms. de lado realizado con pequeñísimos trozos de mármol de colores colocados milimétricamente, su pieza mas codiciada.

A la salida se encontraban varios tenderetes de compras con medallones, flores, pulseras y otros recuerdos del país, incluso un kit para realizar tu propio mosaico. No nos aventuramos a comprar nada esta vez esperando a conocer con mas fiabilidad los precios de las distintas cosas para no meter la pata. En todas partes habíamos leído y oído la casi obligatoriedad de negociar el precio de cada cosa comprada, el regateo como costumbre comercial y aunque teníamos cierta experiencia de Egipto y Thailandia, aún estábamos algo desentrenados.

 

Luego del museo fuimos a visitar el gran zoco de la capital. A pesar de lo caluroso del día en el mercado no se estaba mal, por las calles pequeñas y sombrías corría una fresca brisa que hacía muy agradable el recorrido. A las 11 de la mañana estaba atestado de gente de aquí para allá, el olor de las especias se mezclaba con el del cuero y los perfumes y por todos lados resonaban las voces de los vendedores intentando captar la atención de algún turista.

Pasamos allí el resto de la mañana, hicimos varias pequeñas compras y algunas fotos curiosas y luego de recorrer una de las avenidas mas importantes de la capital nos apresuramos a almorzar en un restaurante cercano.

 

La tarde comenzó con la visita obligada de las ruinas de la antigua ciudad romana de Cartago. El Guía nos llevo primero a ver una maqueta de lo que en su tiempo fueron las termas de Antonino: un conjunto de edificios de varias plantas con varios patios interiores y varias salas con una arquitectura imponente que permitía recibir el agua de la montaña, calentarla en los sótanos y enviarla a las dependencias superiores a través de diversos canales horadados en la piedra. Todo eso lo ves en la maqueta o te lo imaginas porque lo que de todo aquello queda son sólo cuatro piedras que, desde luego, no hacen honor al señorío que alguna remota vez pudo tener esa ciudad. Ahora bien, el sitio es inmejorable, quizás por eso junto a esas ruinas está el palacio presidencial, bien custodiado por murallas, sede y casa del actual gobierno tunecino.

 

La siguiente visita nos llevó a un acogedor pueblecito donde pasamos el resto de la tarde. Sidi Bou Said se asienta en una montaña a orillas del golfo de Túnez, se trata del pueblo blanco con ventanas azules mil veces retratado que se ha convertido casi en un emblema turístico. Abundan las casas de grandes puertas remachadas y encantadores y plácidos cafés donde tomar un delicioso te con piñones. En uno de ellos pasamos gran parte del tiempo fumando una shisha de manzana y contemplando una vista magnífica del puerto deportivo y de las playas y acantilados cercanos. En su calle principal se agolpan tenderetes de recuerdos y por todas partes hay vendedores de jazmines. Bien merece una jornada entera.

Esa noche, luego de cenar, aproveché para hacer varias fotos nocturnas desde la habitación del hotel. Al día siguiente partiríamos para no volver al norte del país.

 

En este día viajaríamos hacia el este pasando por Port el Kantaoui, Sousse y El Djem y nos alojaríamos en Sfax en el hotel Syphax.

Port el Kantaoui es una zona turística de excelencia en la costa este de Túnez, el mismo puerto no deja de ser un pequeño puerto deportivo si lo comparamos con otros de España pero allí al parecer es lo mas de lo mas, imagino que será sobretodo por los lujosos hoteles que se arremolinan a su alrededor. Entramos a través de un gran arco junto a una torre de piedra con estructura antigua pero falsa y estuvimos allí poco mas de una hora sin hacer nada de especial solo buscando una farmacia donde comprar sacarina ya que Maribel, que es sacarinómana, perdió el pastillero el día anterior. Al final conseguimos comprar 100 sobrecitos en un supermercado. 

Almorzamos en un hotel de Sousse y luego fuimos a visitar su medina y su zoco, una visita corta que a mi me sirvió de reconocimiento para la semana que pasaríamos en esa ciudad. Desde allí al autobús y luego de un recorrido de más de una hora por una carretera recta y con tramos en obras llegamos a El Djem, un pequeño pueblecito del interior rodeado de chumberas y olivos con un anfiteatro impresionante donde cabe el pueblo entero.

La entrada al coliseo esta situada casi a la espalda de los aparcamientos por eso para acceder a ella se recorre un pasillo de columnas y tiendas de regalos y antigüedades, comenzamos a ver más cosas típicas de desierto que de mediterráneo, serpientes y escorpiones embalsamados, rosas del desierto, utensilios de madera de olivo y piedra, etc...

El coliseo conserva en casi su mitad los tres pisos que lo constituyen pero en su parte occidental esta casi derruido con una inmensa brecha que lo parte completamente. Aun se le puede atravesar por dos pasadizos subterráneos iluminados por la luz que se filtra por pequeñas ventanas y un gran entarimado metálico en el centro. En este monumento se celebra una serie de conciertos en un festival anual que tiene mucho arraigo.

Me alejé de el hasta un pequeño parque contiguo intentando hacer una foto completa, pero fue imposible con las posibilidades de mi cámara de modo que tuve que tomar dos imágenes y hacer una fotocomposición, como veis casi ni se nota.

 

Más de dos horas después llegamos a Sfax, la segunda ciudad del país. Una visita rápida a los zocos y algún mercado, algo de tiempo libre para un descansito y un café, llegada al hotel, un bañito en la piscina (el primero que pudimos hacer), cena y a dormir que falta nos hacía.

 

El siguiente día partimos temprano hacia la isla de Djerba. Tuvo que ser temprano para no guardar demasiada cola en el trasbordador que pasa el autobús y es un trayecto que bien nos lo podíamos haber ahorrado ya que en la isla sólo estuvimos viendo tenderetes de compras y algunas joyerías de plata en su capital llamada Houmt Souk, la famosa sinagoga de la que hablaban los catálogos no pudo visitarse por ser viernes, día de culto y en verdad no se si la isla tiene algo más que ofrecer pero nosotros no vimos nada.

Donde sí hicimos cola fue para salir de la isla, unos 45 minutos que pasamos contemplando la bahía y comprando alguna cosa en los tenderetes del muelle.

 

Almorzamos en Gabes a medio camino de Matmata donde visitamos unas cuevas trogloditas, curiosas casas horadadas en la piedra con una única entrada camuflada (no la que visitamos que estaba bien visible) y con una forma de vida verdaderamente prehistórica. Allí se esparcían varias habitaciones con un patio común sin trazas de luz artificial o agua corriente, daba la impresión de estar todo como muy colocado para la ocasión y no me extrañaría que cuando terminara la visita la familia se iría en su 4X4, aparcado cerca de allí, al chalecito del pueblo.

Por el camino había miradores con buenas posibilidades fotográficas en un escenario muy parecido al de los belenes navideños. En uno de ellos le di un biberón a una cría de dromedario y luego de terminar y la foto de rigor, el dueño me pidió 5 dinares, una barbaridad, la cosa se solucionó con un dinar y con una contestación un poco ofensiva por mi parte que nos dejo a los dos contentos. Y continuamos hasta Kebili la ciudad donde pernoctaríamos.

Durante el recorrido el guía nos ofreció el paquete opcional con tres excursiones bien distintas: la cena bereber, el paseo en camello en Douz, la puerta del desierto, y la visita a los oasis de montaña de Mides, Tamerza y Chebika junto con el paseo en todoterreno y la visita a los escenarios de la película "la guerra de las galaxias". Todo por 55 € por cabeza. Como esa noche la cena no estaba incluida en el circuito cogimos el paquete completo.

 

Después de un confortable baño en la piscina del hotel Oasis de Kebili (quizás lo mejor que tenía ya que las habitaciones eran un poco avejentadas aunque confortables) el autobús al completo a la cena bereber. En un terraplén anexo a un restaurante nos ofrecieron una exhibición de dromedarios enormes, blancos e imponentes y caballos al galope con jinetes haciendo piruetas y luego nos acomodaron en unas tiendas-jaimas hechas con telas viejísimas y maderos resquebrajados donde cenamos sopa, cuscús con pimientos y patatas y sandía de postre. Luego fuimos a un escenario cercano donde vimos una cutre danza del velo por una bailarina bastante entrada en años y kilos. Terminamos más de las once de la noche pero la mañana siguiente no madrugaríamos. Se podría decir que ya estábamos en el desierto.

A las nueve de la mañana ya estábamos en Douz, la llave del desierto (como pregonaba un gran monumento a la salida del pueblo),  a lomos de un dromedario dando un paseo por las interminables dunas de arena, de una finísima arena que se escapaba de las manos.

Inexplicablemente, a medio camino, me hicieron bajar del animal y luego de colocar bien la montura, monté de nuevo y continuamos andando. Sólo al ver las fotos me di cuenta que, poco a poco, las ataduras de la montura (justo detrás de la joroba) habían ido resbalando hacia atrás colocándome en una posición un poco ridícula y bastante impúdica.  Esa foto sirvió de cachondeo para todo el autobús durante la que quedaba de circuito. La foto la coloco en la sección de imágenes (muy a mi pesar y con justificadas protestas).

Una hora y media después en la explanada del aparcamiento de dromedarios compramos muchas rosas del desierto, las mejores que vimos hasta ahora y además las más baratas, te daban 4 por 1 dinar. Por mi parte, yo metí en una bolsa de plástico 35 ó 40 rosas todas escogidas y le di 5 dinares al moro y tan contentos.

Abandonamos el hotel luego de almorzar y nos dirigimos a Tozeur atravesando un inmenso lago salado donde hicimos una pequeña parada. A los lados de una carretera rectísima y un poco elevada se esparcían pequeños montones de sal, algunas pequeñas lagunas de un agua color azul, rojo o amarillo y, de vez en cuando, varias barcas pequeñas, varadas en plena sal, como vestigio de lo que alguna vez fue un lago navegable.

Tozeur se ha convertido en una ciudad turística gracias a la construcción de un aeropuerto que le convierte en punto de partida de cientos de excursiones por el desierto y de rutas en todoterreno.

Luego de dejar las maletas en el hotel Ksar Rouge de Tozeur, donde dormiríamos dos noches, viajamos a Nefta para visitar el palmeral. Este es un cambio sustancial del recorrido original del circuito de Iberojet, el día siguiente también se cambiaria el itinerario.

Después de contemplar las enormes cisternas del palmeral caminamos por la vistosa medina de Nefta, con todas las fachadas hechas con pequeños ladrillitos ocres, los niños salían de las casas pidiendo caramelos, bolígrafos y sobretodo, listillos ellos, dinares. Hice algunas fotos vistosas de los niños en sus calles y luego vimos varias demostraciones del ascenso a las palmeras y la recolección de dátiles, licor y tabaco de palmera.

Una limonada riquísima en la plaza principal de Nefta dió por terminada la excursión. En esa plaza mas niños pidiendo pero curiosamente otros vendiendo baratijas y las rosas del desierto mas grandes, vistosas y baratas que vi en todo el viaje. Un niño me vendía una enorme de mas de 2 kilos por solo un dinar, lástima que pesara tanto porque era una preciosidad.

 

Desde el principio, a los que hacíamos el mismo circuito, nos dividieron en dos grupos con un autobús cada uno. Esto hacia que los recorridos fueran más cómodos ya que teníamos un autobús para 50 pasajeros con poco mas de 20 personas. El aire acondicionado no se forzaba tanto y teníamos un asiento doble para cada uno. No quiero ni imaginarme el viaje con el autobús al completo.

El día siguiente por la mañana visitaríamos el museo de arte y tradiciones populares y el zoco de Tozeur dejando para la tarde la aventura de los oasis de montaña y los 4X4. El otro autobús lo haría en sentido contrario.

El museo era un compendio de vestimentas, joyas y utensilios antiguos tunecinos, expuestos en muchas vitrinas iluminadas. También tenia varias representaciones de la vida diaria en cualquier ciudad tunecina en un reciente pasado, la ceremonia de la boda, un barbero trabajando, una escuela, un baño turco, etc... todo ello aderezado con varios maniquíes vestidos que daba bastante grima. En la planta alta se exponían cuadros algo más modernos de varios pintores tunecinos.

En cuanto al zoco de Tozeur, sólo conservo una foto de una cabeza de dromedario expuesta en una carnicería (al parecer es un manjar apreciado) y otras dos de una tienda de alfombras.

Después de almorzar en el hotel partimos en 5 todoterrenos (Toyota Land Cruiser, unos auténticos monstruos) en dirección a las montañas al borde del desierto. El guía, preparado para la ocasión, se vistió como un autentico explorador árabe con pantalones bombachos, casaca, chaleco y pañuelo en color tierra. Primero fuimos a un oasis con un pequeño salto de agua entre montañas que nos permitió incluso darnos un baño. El cielo se cubrió de nubes e incluso nos cayeron algunos goterones lo que hizo que la jornada no fuera tan calurosa como por la mañana.

En el oasis siguiente hicimos una ruta a pie entre montañas hasta alcanzar un antiguo pueblo en ruinas, el recorrido plagado de vendedores furtivos entre las rocas que ofrecían rosas del desierto y geodas a muy buen precio.

Para el final dejamos la bomba de la carrera de todoterrenos. Por una planicie salpicada de matojos los vehículos volaban, sin importar las arrugas del terreno, en plan Paris-Dakkar despidiendo nubes de polvo a nuestro paso. Luego llegamos a un campo de dunas que pasamos como un cuchillo cortando mantequilla,  cogiéndolas alguna de costado y otras de través hasta llegar a una enorme que rodeaba una pequeña llanura donde rodaron una parte de la película "la guerra de las galaxias".

Paseamos un buen rato entre los restos de los decorados de cartón-piedra y acero, suspirando por haber salido ilesos de la aventura. Sólo entonces yo caí en la cuenta del aprieto que hubiera supuesto que cualquier vehículo hubiera volcado en alguna maniobra arriesgada y alguno hubiese resultado con un hueso roto. Afortunadamente sin un contratiempo volvimos todos, esta vez por otra ruta y sin prisas, al hotel para darnos un bien merecido descanso. En el camino paramos esperando sacar unas bonitas imágenes del anochecer en el desierto pero el horizonte estaba lleno de nubes y no hubo forma.

Esa noche pasamos una agradable velada todos reunidos en torno a una copa contando chistes y aventuras en los zocos. El desierto se acababa y comenzaba el regreso al norte.

 

No hubo madrugón, por fin, para partir hacia Kairouan la ciudad santa de Túnez y la cuarta ciudad musulmana más sagrada tras La meca, Medina y Jerusalén.

Visitamos primero las enormes cisternas típicas de cada ciudad tunecina y luego la gran mezquita, un recinto amurallado con un gran patio en su interior, rodeado de columnas y arcos árabes, donde rezan los fieles. Al no ser musulmanes no se nos permitía la entrada a la mezquita en sí de modo que tuvimos que conformarnos con verla desde la entreabierta puerta de entrada.

La siguiente visita fue a un edificio que simulaba una típica casa musulmana de la antigüedad donde una familia con todos sus miembros, patriarca, madre e hijas casadas, vivían en habitaciones contiguas en torno a un patio central. La construcción contenía también la escuela musulmana, los baños turcos, etc...

No recuerdo como se llamaba exactamente el edificio pero en él se celebraba precisamente ese día la ceremonia de la circuncisión de los niños y tuvimos la oportunidad de ver a unos orgullosos padres mostrando a su niño con ojos llorosos tras padecer la cruenta operación, todos rodeados de familiares y músicos celebrando tal acontecimiento.

Quizás porque era el último día de circuito el hotel donde pasaríamos la noche era el mejor de toda la ruta: El hotel La Kasbah de Kairouan, un 5 estrellas enclavado en un  edificio antiguo amurallado tipo parador nacional español, precioso por dentro y por fuera, con una ornamentación austera pero coherente, una piscina magnífica y un te moruno precioso con recintos llenos de arcos antiguos y un pequeño y acogedor patio. Este hotel sin duda merecía estar mucho más que un solo día. Además estaba en plena medina y a un tiro de piedra de un zoco muy prometedor donde esa tarde hicimos muy buenas compras.

Después de almorzar una visita que bien nos pudimos ahorrar: la fabrica de alfombras donde primero te enseñan como se tejen, nudo a nudo y las distintas calidades y luego te muestran hasta la extenuación, una tras otra, casi todas las alfombras de la tienda, desplegándolas de tal forma que luego casi no puedes salir de allí. Tal vez por los altos precios, esa vez no vendieron ni una sola, y antes de que se dieran cuenta ya habíamos salido todos escopetados en dirección al zoco cercano.

Antes de que se hiciera de noche aprovechamos para darnos un buen chapuzón en la piscina y luego de cenar nos reunimos todos en el café moro. Era cosa de aprovechar el último día juntos ya que la mañana siguiente muchos partirían para España y otros, como nosotros, cambiaríamos de ciudad y de hotel para pasar los días que quedaban. Era el tiempo que siempre llega, el de las despedidas tras pasar una semana compartiendo experiencias, aventuras y alegrías. Para todos ellos, los catalanes con el padre tan cachondo y encantador, los despreocupados malagueños, los simpáticos sevillanos que alguna vez tengo que llamar, para todos un grato recuerdo.

 

 ©  Antonio García Villalpando