EL HOTEL

    En el folleto de Iberojet y en varios foros habíamos visto un curioso y novísimo hotel en Hammamet: el Lalla Baya, las fotos y los comentarios que habíamos visto y leído nos convencieron para pasar toda la segunda semana a pierna suelta. Sin embargo, cuando fuimos a reservar el viaje no había plazas disponibles de modo que, ya sin ese hotel, nos pareció mucho más acertado elegir otra ciudad con más posibilidades que el turístico Hammamet. Y esa era Sousse. La tercera ciudad de Túnez, con un zoco recogido y accesible que ya habíamos visitado, algún que otro museo, una gran mezquita y una fortaleza llamada el Ribat que valía la pena visitar. Y en Sousse uno de los mejores  hoteles: el Orient Palace, junto a la playa, relativamente cerca de la ciudad pero lejos del bullicio metropolitano, esto impedía que el hotel se llenara de lugareños que utilizaban sus instalaciones como ya habíamos visto en alguno del circuito y en algunos foros. Pensándolo después con calma creo que acertamos con la elección.

 

   El hotel disponía de más de 200 habitaciones dispuestas en varios bloques de 4 plantas. La mayoría se asomaban a la piscina y la playa pero también había otras que daban al frontal y a la zona de las pistas de tenis con peor vista y mucha menos animación. Ya teníamos reservada una de las que daba a la piscina (habíamos pagado un suplemento en España) y poco después del mediodía del 1 de septiembre vaciamos las maletas por primera vez  desde que llegamos al país ya que tantos cambios de hotel durante el circuito hacia impensable el llenar los armarios de modo que sacábamos sólo lo imprescindible.

 

    Vaya por delante que allí pensábamos descansar. Ya habíamos visto bastante Túnez, la semana había sido agotadora y no deseábamos otra cosa que tendernos en una hamaca, leer un libro, un baño de vez en cuando y la comida por delante. De modo que el primer y segundo día se nos fueron entre el reconocimiento del hotel y la playa. Solo utilizamos la cámara para plasmar la enorme lámpara del hall del hotel, captar imágenes de la playa y algunas fotos nocturnas de la zona de la piscina. 

    Como en la mayoría de los hoteles el horario de las comidas no se adecua al gusto español, el desayuno no se alargaba a más de las nueve y media (si llegabas más tarde no lo tenías seguro y además de escasear todo, luego te quedabas sin los mejores sitios de la playa o la piscina). Almorzábamos en algún restaurante o en la playa (teníamos media pensión) y la cena se establecía de siete y media a nueve y media en el segundo turno (el  primero empezaba a las seis, bonita hora de cenar). Nosotros llegábamos como a las ocho y media y cuando terminábamos solo quedaban españoles y camareros de malhumor que mostraban su desacuerdo a las primeras de cambio. Si llegabas a las nueve se ponían negros y te intentaban situar en una mesa ya ocupada para no tener que montar otra nueva, no colocaban ceniceros en la zona de fumadores y las bebidas (que había que pagar) las traían casi a los postres. Parece que es esta una característica común de los hoteles en Túnez, la comida es buena, los postres exquisitos (tienen una foto de muestra), los desayunos completos y deliciosos pero el servicio nefasto, con honradas excepciones por supuesto.

    Por las noches la  animación comenzaba a las ocho y media con una sesión de entretenimiento infantil de media hora (para los hijos de los alemanes y los rusos que eran los únicos que ya habían cenado) y luego comenzaba la de adultos con algún grupo autóctono o un mago o un fakir o un bingo, de todo había. Esto no se alargaba hasta más de las 11 de modo que dejaban descansar, no como en otros hoteles que he leído que dan la lata hasta bien entrada la madrugada.

 

    El tercer día aprovechamos para ir a Sousse a ver la mezquita, el Ribat y algún museo.

    El Ribat es un cuadrado edificio fortificado coronado por una torre inmensa y accesible desde donde se tiene una vista magnifica de la ciudad. Al parecer fue la morada de unos monjes, los morabit,  que defendieron la ciudad de las incursiones cristianas.

    Otra vez, de nuevo, era viernes, día de oración, así que nos quedamos sin poder entrar en la mezquita. Nos conformamos con verla desde arriba, desde el Ribat y desde el exterior. Luego fuimos al otro extremo de la medina donde estaba el segundo museo mas importante tras El Bardo, embutido dentro de otro edificio importante; La Kasba, con una inmensa torre cuadrada que no se podía visitar. El museo contiene una bella colección de mosaicos romanos que a mí me gustaron mas que los de la capital, uno inmenso de Neptuno con cuernos y multitud de escenas marineras, auténticos catálogos donde se podían distinguir, peces, jibias, gambas, pulpos y anguilas. Además estaba desierto y lo vimos a nuestras anchas. Me gustó especialmente uno con escenas de gladiadores donde se podía ver la sombra de los personajes y la sangre brotando de los animales heridos.

    Aún nos dió tiempo de visitar el zoco antes de almorzar, tomamos un refresco en uno de los preciosos cafés que se sitúan en el centro del mercado, con unas vistas preciosas de las azoteas de los edificios, algunas repletas de pimientos puestos a secar lo que les daba un curioso color rojo brillante, compramos una cachimba y otras baratijas y almorzamos con un kebab en un restaurante de la plaza principal, junto al puerto.

    Llegamos al hotel con tiempo de darnos en chapuzón en la playa. En la habitación, las limpiadoras nos habían hecho unos curiosos dibujos con las cortinas y las toallas, parece que los dinares que les dejamos de propina todas las mañanas hacían su efecto. Es ésta una costumbre que tenemos en cada viaje, te asegura no encontrarte con sorpresas desagradables como que no te cambien las toallas o te desaparezca algún libro o alguna prenda (lo de valor lo dejábamos en la caja fuerte o en recepción, por si las moscas).

    El día siguiente fue espectacular, no hicimos nada de nada. Por no hacer no tengo ni una sola foto. Lo único que recuerdo es que debimos contratar una pequeña excursión que hicimos un día después; un recorrido en un barco que simula una carabela y que salía del puerto de Sousse y fondeaba como una hora en algún sitio frente a la playa y a nadar o a pescar según se quiera. El viaje incluía algo de pollo, bebida y fruta. Por 20 dinares era una buena excusa para pasar la mañana. Esa tarde aprovechamos que estábamos en la ciudad para hacer las últimas compras y visitar un pequeño museo que se abrió donde antes había un antiguo café.

    Gran parte de las compras las hicimos en un gran centro comercial a la entrada de la medina. Con precios fijos aunque un poco subidos pero sin el agobio del regateo y el regusto del zoco, todo en plan supermercado, coges lo que quieras, a la cesta y a pagar a la salida.

    Además tuvimos que ir a la parte alta del mercado a por una de las piezas del narguile (la pipa de agua) que compramos algunos días antes y que habíamos olvidado en la tienda. Yo como "gran experto" en pipas estuve probando, una a una, cada pieza hasta dar con la perfecta, con la que no tenía fugas y podían servir no sólo para adornar sino también para fumar. Al final me llevé la pipa mas fea de la tienda pero, eso si, tira que da gusto.

    El penúltimo día en Túnez fue el de mi bautismo de vuelo (sin motor). Se me ocurrió dar un paseito en paracaídas tirado por una lancha. Un entretenimiento que ya había visto muchas veces pero que me había parecido muy fugaz (en Thailandia apenas estaban 40 segundos en el aire) y muy caro (en Thailandia costaba como 4.000 pesetas). En esta ocasión me parecía que merecía la pena estar 5 minutos en el cielo por 20 dinares. Y la verdad es que el viaje se te hace corto, y es una maravilla contemplar toda la bahia desde el aire, la linea de costa serpenteante y los hoteles alineados en ella. Pena da no haber tenido otra camara a mano y poder tomar unas bonitas imágenes aereas.

    Y como todo llega, se acercó la hora de abandonar Túnez. Un último vistazo a la playa y a la piscina, las últimas fotos hechas casi con desgana y la despedida del desierto del sur, la calma de la playa, la memoria derruida de Cartago, la majestuosidad del coliseo de El Djem, la religiosidad de Kairouan, el bullicio de los zocos, la luz de Djerba, el blanquiazul de Sidi Bou Said. Todo de una vez quedaba atras. Dos semanas de experiencias que tienen que durar al menos un año. Seguro que los recuerdos siempre quedarán.

   Vayan a Túnez, está cerca, es barato y como comienzo hacia otra cultura es genial. Y además esta el desierto que siempre tiene algo que ofrecer.

 

© Antonio García Villalpando