MASAI MARA

 

     Yo ya me temía que no todo tendría que salir bien.

     Después de sus buenas 5 ó 6 horas de trayecto desde Nakuru, el último trecho se hacía campo a través y solo unos metros después de salir del camino, la furgoneta se embarró. Había llovido los días anteriores y el terreno estaba muy húmedo. Estaba claro que el matatu era incapaz de pasar por allí y aun no sabíamos lo que quedaba.

     Una hora y pico tardó en llegar el vehiculo sustituto, este sí, un todo terreno perfectamente habilitado, con faldones de tela y techo descubrible con el que tardamos otra hora mas en llegar al Lodge. La furgoneta quedó guardada en una Maniatta cercana (poblado nativo con casas de adobe y paja). Llegamos a las 4 de la tarde tras 9 horas de camino. Otra paliza.

     Por el camino vimos un par de guepardos, hermanos, descansando tirados en el suelo, ajenos a nosotros. También encontramos un huevo de avestruz solitario allí en la pradera.

 

    

     Al principio, el lodge fue una decepción. Estaba lloviznando y al parecer los días anteriores había caído mucha agua y el corto camino para las tiendas estaba inundado. Afortunadamente no volvió a llover en los demás días.

     Nada mas llegar, Cristina, uno de los dueños del camp, nos relató que en este lodge se pretende producir el menor impacto posible en el entorno y regañó al conductor y al guía por haber cogido el huevo. Al día siguiente debían dejarlo en el mismo sitio.

     En Enkerende Camp no hay demasiados lujos. Una gran superficie techada con paja, con paredes de tela y con suelo de cemento y piedra da cobijo al comedor, al bar y a un coqueto chillout. La cocina y las dependencias de la asistencia en la parte de atrás. Junto al río un par de mesas redondas con un parasol y un cuarto de baño al principio del camino de las tiendas.    

 

     Las tiendas son de tipo militar, sencillas, con dos camas individuales y un cuarto de baño adosado en la parte trasera. El agua caliente llegaba a cuentagotas y de noche no hacía precisamente calor.

     Sin embargo en hospitalidad no le gana nadie. El establecimiento esta regentado por una pareja que se turnan en el gobierno, trabajan allí una docena de chicos masais muy voluntariosos que están atentos a todo y hacen la estancia de lo mas placentera.

     Como éramos los únicos huéspedes la estancia allí era muy familiar. Los horarios eran flexibles y para las comidas siempre se nos pedía opinión.

 

     Al día siguiente el guía se desmarcó diciendo que no tenia dinero para organizar la salida a la reserva de Masai Mara, que había tenido que pagar el cambio de vehiculo y aun no había recibido nada de Tabia (ya nos sugirió algo la noche anterior). Nos dijo que adelantáramos nosotros el dinero y ya nos lo devolvería, a lo que nos negamos en redondo.

     Mientras esperábamos la transferencia por móvil (una practica habitual en Kenia), Cristina nos emplazó a dar un paseo por los alrededores acompañados por los masais (esta es una excursión extra que se realiza bajo petición pero en este caso nos la regalaba).

     Visitamos un asentamiento de hipopótamos en un recodo del río a menos de 300 metros del camp (ya nos lo temíamos por los ruidos que oímos la noche anterior), practicamos tiro con arco y con lanzas y los masais nos enseñaron a distinguir las pisadas y los excrementos de distintos animales. Fuero un par de horas de lo mas animado que nos quito un poco el enojo por la escasa previsión del guía y la organización. También vimos algunas gacelas y unos búfalos a lo lejos (al parecer estos son especialmente territoriales y agresivos).

 

     Cuando volvimos de la excursión el problema económico se había solucionado pero ya era demasiado tarde para llegar a la reserva de Masai mara y la salida la haríamos en los alrededores. Éste es el principal problema de Enkerende. Esta demasiado lejos de las puertas de la reserva y se pierde mucho tiempo cuando se pretende intentar ver el paso de la migración por el río. Si ese es tu propósito, Enkerende no es una buena opción.

     Esa mañana volvimos a ver los hermanos guepardos, comimos en la pradera bajo un árbol y rodeados de ñus (por fin, dimos buena cuenta del medio kilo de jamón ibérico que llevaba en mi maleta, esa que estuvo 3 días perdida) y vimos algún chacal, jirafas, facóqueros, antílopes de varios tipos y aves grandes y pequeñas. Y sobretodo, la naturaleza soberbia de las colinas de Mara salpicada de vez en cuando por esqueletos de animales. Vida y muerte a la vez.

     Como teníamos tiempo nos apuntamos a la típica excursión del poblado masai. Bailamos con ellos (bueno, saltamos con ellos), nos enseñaron como hacer fuego, cantamos con los niños y, en fin, todo lo que se suele hacer en esa turistada.

     Curiosamente el poblado era el mismo junto a el que embarramos el primer día. Nuestra furgoneta seguía allí aparcada, esperando el camino de vuelta.

    Allí estaban el abuelo al que di un cigarro el primer día, el que no sabia ni utilizar el encendedor. Y la abuela a la que regalé una de las camisetas, la de los dientes prominentes, que le comentaba a sus amigas donde me había visto con una cómplice sonrisa cada vez que pasaba junto a ella.

     Y los niños. A algunos ya los vimos cuando pasamos por allí. Todos rapados o con escaso pelo como la mejor forma de combatir los piojos y las enfermedades del cabello. Ataviados con telas multicolores para darnos la bienvenida, cuando ya los habíamos visto desnudos y correteando por los alrededores.

    Nos mostraron sus casas de adobe con distintas habitaciones, con cocina de fogata que a la vez hacía de calefacción y sus mantas en el suelo a modo de camas.

   

     Esa noche esperamos la cena calentándonos en la hoguera y charlando con los masais, intercambiando nombres para el Facebook y contando batallitas. Cristina, la dueña del camp nos contó como fue su llegada a Kenia, su idilio automático con el país y su gente y su aventura para montar este tinglado.

     Y a lo lejos, resonaba el sonido de la selva, el fluir del río, el bramido de los hipopótamos y de las hienas (este muy característico, con una voz ronca al principio y que se hace mas aguda al final). Uno de esas noches en las que te sientes muy lejos de tu mundo y a la vez cercano a él.

     Aun nos quedaba un día completo y en éste si llegaríamos hasta la reserva con intención de ver algún paso del río, de los ñus y las cebras, en sus migraciones anuales.

     Tardamos como hora y media en llegar a la reserva, un trecho campo a través y vadeando riachuelos, metiéndonos donde no se nos ocurriría con la furgoneta primera, y otro tramo por unos caminos empedrados y llenos de baches.

     A pesar de que la migración se había adelantado este año, las praderas aun rebosaban vida. Cientos de ñus pastaban a nuestro alrededor y algunas familias de leones los acosaban a distancia.

     Llegamos al río por una zona descubierta ideal para bajarnos y hacer aguas, había algunos hipopótamos y cocodrilos pero el desnivel impedía que pudieran llegar donde estábamos nosotros. Sin embargo descubrimos algunas pisadas de leones y parecían frescas de modo que de nuevo a la elevada tranquilidad del interior del todoterreno.

     Luego llegamos a ver una familia de leones dormitando bajo la sombra de un solitario árbol. En la media hora que estuvimos allí el macho casi no salio de su letargo pero la hembra un par de veces se levantó, se desperezó y caminó un poco alrededor seguida de tres cachorros preciosos. Muy cerca, los buitres esperaban turno para hacerse con los restos.

 

     Y por fin llegamos a la zona del cruce. Las cebras ya estaban en posición de paso y los ñus poco a poco se acumulaban en una zona llana empujándolas hacia el agua.

     Al rato de llegar, la primera cebra se lanzó al agua y no tardó un minuto en cruzar el río, llegar a la otra orilla y subir la pendiente hacia arriba. Sin embargo sus primas no la siguieron. La pobre estuvo esperando unos diez minutos y de pronto volvió a bajar, a cruzar de nuevo el rió y volver donde estaban las otras. Desde donde estamos la escuchamos relinchar: "me habéis dejado sola, cabronas".

     A todo esto, los ánimos se habían aplacado y los ñus comenzaban a retirarse volviendo al pastoreo en la sabana. Estaba claro que ya no habría cruce masivo.

     Cambiamos de posición a otra zona cercana donde se volvían a acumular otra vez, pero tampoco. Decididamente hoy no era el día. A lo lejos, en la otra orilla, algunos cocodrilos enormes descansaban en la ribera, seguro que con la tripa llena.

     Curioso el instinto natural; los cocodrilos acosan a los ñus en el río, gastando una preciada energía, cuando les bastaría esperar mas abajo a los animales que perecen ahogados victimas de la propia avalancha. Sin embargo, si no acosaran, si los ñus no presintieran peligro, en poco tiempo el paso del río seria ordenado, sin precipitaciones ni avalanchas. La Naturaleza se auto alimenta. 

     En el camino de vuelta divisamos algunas hienas y la curiosidad de ver los montículos llenos de vigías dispuestos a dar la voz de alarma.

 

     Esa noche cenamos junto al río un menú típicamente keniata con algunas ensaladas sabrosas, carnes a la brasa y algún trozo de queso curado zamorano que todavía quedaba en la maleta. Luego nos reunimos con los masais y les regalamos camisetas y un balón de fútbol.

    Era la hora de las despedidas. Cristina nos acompañaría hasta Nairobi donde le diríamos adiós.

    Solo quedaba la capital y el largo camino de regreso.